NUNCA ESTAMOS SOLOS, SU ESPÍRITU NOS ACOMPAÑA
Una vez, un amigo sacerdote, contó esto que le pasó en una misión por la sierra del Perú. Se disponía, después de haber tenido una jornada de trabajo misionero grande y larga (visitas a las familias, celebración de la Santa Misa, visitas a los enfermos, trabajo con las familias, etc), a descansar. Era de noche. Entró a hospedarse en el templo de esa comunidad, en la parte de lo que hacía de coro. Era una estructura colonial. No pasó mucho rato, cuando intentaba conciliar el sueño. Sintió que alguien le habló: “levántate y sal de aquí ahora mismo”. Pensó que era una cosa pasajera o una ilusión, pero volvió esa voz a decirle, con tono fuerte: “levántate y sal de aquí ahora mismo”. Sintió que esa era “la voz de Dios” que por medio de su ángel de la guarda le avisaba. Salió lo más pronto posible con todas sus cosas. Instantes después de salir, ese pequeño templo se derrumbó estrepitosamente.
¿Sabes hermano que nunca estamos solos? Durante todo este tiempo, hemos sido testigos que, a través del libro de Hechos de Apóstoles, los apóstoles llenos del Espíritu Santo, empezaban a dar testimonio de Jesús, y con mucha valentía. No se cansaban de ello. Habían aprendido de Jesús que necesitaban ser perseverantes y que necesitaban siempre confiar en Dios.
La ciudad de Samaria, como dice la 1ra lectura de hoy (Hch.8,5-8.14-17), se llenó “de alegría” por la predicación y el testimonio de Felipe. Pedro y Juan no dudaron de acudir para ayudar a Felipe, para que esa comunidad viva mejor su fe y sea alimentada, encaminada y fortalecida: “ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran Espíritu Santo. Entonces les imponían las manos y recibían Espíritu Santo”.
Cuánto gozo se siente cuando hablamos de Dios, cuánto gozo hay cuando hablamos a otros de Dios, cuánto gozo hay en nuestro mundo cuando dejamos que el Espíritu de Dios invada todo nuestro ser, nuestra Iglesia, nuestra vida, nuestra familia. Entendemos por qué San Pedro dice: “estén siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que les pida explicaciones” (1Ped.3,15-21). ¿Me preocupo de ser un buen testimonio del amor de Dios para los demás?
Debe resonar como un eco esperanzador las palabras de Jesús: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”, “no les dejaré huérfanos” (Jn.14,15-21). Jesús está despidiéndose de los suyos, pero quiere recordarnos su promesa de no abandonarnos (cf.Mt.28,20). Antes de subir a los cielos hace una promesa de no dejarnos solos. Su Espíritu está y estará siempre con nosotros. Eso nos debe mantener perseverantes por el amor que Él nos da, para amar a los demás a la manera como Él lo hace con nosotros.
El mundo se sigue perdiendo, y no nos damos cuenta. Pone a Dios en un segundo plano. Somos tan atrevidos que “queremos escapar de la mirada tierna de Dios”.
No estoy solo, no estás solo, no estamos solos, el mundo no está solo: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré”.
Recuérdalo bien: No estamos solos, su Espíritu nos acompaña.
Con mi bendición.