El evangelio del domingo de hoy, V de Pascua, se refiere a los últimos momentos de Jesús en compañía de sus discípulos antes de su despedida final. Se sienten confundidos e inseguros y les produce una sensación de incertidumbre y angustia. Jesús les anuncia su “partida del mundo” y su vuelta “al Padre”. Este acontecimiento, la “pérdida” de Jesús, no entra en la comprensión de los discípulos porque, aunque Jesús les había preparado para esta situación, todavía no entendían que todo terminara con la muerte del Señor y su ascensión a la derecha del Padre.

Jesús se da cuenta por el momento en que atraviesan los discípulos y les animará para “que no pierdan la calma y que sigan creyendo en Dios y en Él” (Jn. 14,1). Como en las apariciones después de resucitado les inculca la paz y la serenidad de espíritu para aceptar en la vida la presencia del don de Dios porque Él es nuestra Paz.

Solamente esa fe esperanzada y firme en el Señor les hará ver que ha merecido la pena apostar por Jesús, conocerle, vivir la experiencia de la instauración del Reino, aprender el mensaje que les enseñaba y trasmitir al mundo “lo que han visto y oído” porque Él es “el camino, la verdad y la vida”.

Se nos presentan multitud de caminos para andar por la vida pero Jesús afirma que Él es nuestro camino. Lo que nos ofrece no es solamente consejos, preceptos morales, o tratados filosóficos sino una actitud perseverante y comprometida basada en el amor, el servicio, la entrega generosa a los demás. Así superaremos nuestro propio ego que nos impide conocer el camino que nos acerque al encuentro con los demás.

Jesús es la verdad y nos exige transparencia, sinceridad, coherencia y autenticidad de vida. Vivimos en un mundo mediatizados por los intereses que desembocan en falsedad, hipocresía y apariencia. Decir y buscar la verdad, dar testimonio de ella y actuar con valentía ante tanto atropello deben ser las señas de identidad de nuestra actuación moral y social.

Jesús es la vida. Jesucristo vino al mundo “para darnos la vida en abundancia” (Jn. 10,10). En la esencia de la predicación de Jesús y en el contenido doctrinal del Magisterio de la Iglesia la vida es el valor fundamental. Hoy Jesús nos recuerda que Él es la vida y estamos obligados a protegerla, defenderla y denunciar todo aquello que atente contra ella.

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