Hoy el evangelio en este tercer domingo de Pascua nos trae el relato de lo que sucedió POR LA TARDE de aquel primer día de la semana; algunos del grupo empiezan a dispersarse.
Ya no hay a quien seguir. Y es así que estos amigos se acompañan en su trayecto de vuelta a su aldea EMAÚS que dista de la ciudad de Jerusalén un promedio de dos horas a dos horas y media de camino.
Ellos van discutiendo por lo sucedido allá en Jerusalén, ya que no terminaban de comprender lo que le había sucedido a Jesús, el Nazareno ya que ellos esperaban que fuera el futuro liberador de Israel por lo menos fue lo que le dijeron a aquel extraño que se les acercó y les preguntó sobre qué es lo que van discutiendo.
Se sorprendieron estos amigos que este extraño no estuviera al tanto de lo sucedido en Jerusalén, lo de Jesús al que mataron en la cruz y que ellos esperaban que fuera el libertador de Israel, pero ya van pasando los días y nada.
Aunque a decir verdad, le comentaron que las mujeres que fueron a visitar la tumba, habían venido a sobresaltarlos diciéndoles que el Señor Jesús estaba vivo.
Hasta aquí descubrimos que para creer en la resurrección del Señor es necesario recordar sus palabras y creer en el testimonio de otros. Pero tal parece que eso no es suficiente pues los discípulos de Emaús necesitan muchas pruebas más. Digo esto porque a pesar que el Señor les explica a estos amigos del camino todo lo que la Escritura anunciaba del Mesías no lograban reconocerlo.
Llegando a su destino los amigos de Emaús, el extraño hace ademán de seguir su camino, pero es invitado a quedarse, ellos temen que le suceda algo en el camino pues está anocheciendo y puede sufrir algún asalto y puede estar su vida en peligro, por eso el apremio que se quede con ellos.
Es en el momento de la cena al verlo tomar el pan, pronunciar la bendición, y partirlo y repartirlo, aquellos amigos reconocieron al Señor, seguramente que les recordó aquella última cena de Pascua comida con los suyos en los altos de aquella casa donde mando preparar la cena lo que les abrió los ojos y por fin lo pudieron reconocer.
Para estos amigos no era suficiente que les hablara y les explicase las escrituras para poder reconocer al Señor resucitado fue necesario verlo tomar el pan, bendecir, partirlo y luego repartirlo con ellos.
Ahora si ellos, al igual que las mujeres de madrugada, al atardecer vuelven donde están reunidos los demás para contar que el Señor está vivo y que lo reconocieron al partir el pan. Pero antes que ellos pudieran contar lo que les sucedió por el camino, los compañeros les hacían saber que era verdad aquello que les habían anunciado las mujeres y ellos lo sabían porque el Señor se le había aparecido a Simón.
De esta manera los discípulos van asumiendo una realidad que hasta ese momento no comprendieron, pero que tampoco se atrevían preguntar al señor como era eso de resucitar al tercer día, pero que el Señor se los decía en varias ocasiones: QUE IBA A RESUCITAR.