DIOS QUIERE SALVAR A TODOS
Sin duda la experiencia de exilio motivó el replanteamiento de la dimensión salvífica de Dios en relación a su elección especial en medio de los otros pueblos y esto se demuestra en esta sección del llamado “Tercer Isaías” (probablemente escrito en tiempos pos-exílicos, s. IV o III a.C.). De un exclusivismo radical se empieza a hablar de un universalismo salvífico en donde Israel pasa a ser el pueblo elegido para ser luz para las demás naciones, a quienes también se les presenta la salvación. Estos no podrán ser de Israel, pero si deciden guardar el sábado y aceptar espiritualmente la alianza podrán ser partícipes de la misericordia de Dios. Esto luego se podrá constatar con el deseo de aquellos paganos que en tiempos de Jesús y de la comunidad cristiana eran conocidos como los temerosos de Dios, gentiles que sentían admiración por la religión judía y a quienes se les permitirá al menos llegar al primer nivel del Templo de Jerusalén, el patio de los paganos, para que puedan dirigir sus oraciones y encomendar sus sacrificios y donaciones a los levitas. Pero aun con todo, no podían formar parte del pueblo elegido.
Pablo, ya en la madurez de su apostolado, manifiesta vivamente a los romanos la peculiaridad de su misión: evangelizar a los paganos. Este proyecto fue asumido después de las desavenencias que se sucedieron en torno a la asamblea de Jerusalén del año (48 o 50 d.C.). Pablo decidió abrirse en misión hacia occidente, en el contexto del paganismo, pero él no dejó nunca de ser judío. Si unimos esta lectura con la del domingo pasado, podemos entender que Pablo deseaba vivamente que sus hermanos de raza pudieran también acoger esta Buena Nueva, pero se siente triste porque no lo ha podido lograr. Aun así, considera todo esto como un acto providencial de Dios para que justamente los paganos pudieran ser partícipes de este mensaje esperanzador desde la fe en Cristo a pesar de la rebeldía de los judíos.
La tradición sinóptica, y especialmente Mateo, que se dirige a una comunidad en la que probablemente la mayoría de ellos procedían del judaísmo, nos presentan el ministerio de Jesús como un movimiento galileo de renovación intrajudío, quizá también dentro de la perspectiva universalista de los profetas pos-exílicos, pero sin renunciar por ello a la responsabilidad de los judíos como pueblo elegido. Solo de esta forma se puede comprender mejor este pasaje de Jesús, un poco confuso si uno lo lee sin más, sobre todo por la renuencia de Jesús a atender el pedido de la mujer para que expulsara a un demonio de su hija, y su dura respuesta ante la intervención de la mujer llamada “cananea” (los pueblos que no formaron parte de Israel y se asentaron en la zona norte cerca de Siria y Fenicia) a quien se alude también como perteneciente al grupo de los “perros”, en clara alusión a quienes no formaban parte de la herencia judía. Obviamente, el texto sitúa a Jesús en esta región lo que genera una llamada de atención, pues sí justamente su mensaje no iba para los paganos, ¿qué hacía en Tiro y Sidón? Ahora bien, el mensaje de esta apertura salvífica ni siquiera lo da Jesús sino la fe de aquella mujer, que se sabe ajena a la herencia del pan de la saciedad, pero espera de la misericordia de Dios la oportunidad también de recibir, aunque sea de las migajas que caigan. La fe de esta mujer termina por conmover y convencer a Jesús de que es digna, aun siendo pagana, de recibir el favor de Dios. La novedad del evangelio predicado por Pablo y los apóstoles era la apertura del plan salvífico del Reino de Dios a todos los hombres y mujeres del mundo, sin ningún tipo de distinción. Llegar a este discernimiento no fue fácil para el judaísmo cristiano en sus diferentes vertientes y empresas misioneras, pero luego ante la renovación promovida por el judaísmo fariseo después del año 70 d.C., buscando asegurar la identidad judía, se tuvo que apelar a continuar con la labor misionera a todo hombre que quisiera acoger esta verdad salvífica en el contexto del mundo grecorromano. La Iglesia ha cogido la posta de la evangelización y por ello misioneros y misioneras siguen siendo enviados para anunciar la verdad de la salvación por todo el mundo, y nosotros desde aquí nos unimos a ellos con la oración y el apoyo material, para lograr el ideal del salmista que es partidario de la alabanza universal expresado en este Salmo 66: “Oh Dios que todos los pueblos te alaben”.