Queridos hermanos:

No es la primera vez que escuchamos en el evangelio advertencias sobre las consecuencias de llevar una vida aferrada al dinero y al placer. Hace unos domingos atrás, Jesús nos advertía sobre la facilidad con la que un camello pasará por el ojo de una aguja frente a la imposibilidad de que un rico entre al reino de los cielos. También, hemos escuchado a Jesús hablarnos de cómo la codicia llena el alma del hombre de deseos de dinero y bienes, quitando espacio para Dios. Por último, también se nos ha dicho en evangelios precedentes que el mal uso del dinero nos puede hacer perder nuestro destino eterno. Pues bien, el evangelio del este domingo va en la línea de estos mensajes, sobre todo del último.

En la parábola que escuchamos este domingo se nos habla de un hombre rico. Este personaje estaba atrapado en la lógica del dinero y el placer. Lo sabemos por la manera cómo se le describe: se vestía de lino y banqueteaba espléndidamente todos los días hasta el punto de desperdiciar la comida, tenía a un pobre que moría de hambre parado en su misma puerta deseando comer los desperdicios de su mesa, pero el ensimismamiento y el egoísmo hacían que ni siquiera se percatara de su presencia. Al rico solo le interesaba pasarla bien. Esta es, precisamente, la lógica del dinero y del placer: el interés está solo en el propio gozo y no importa nada más, por tanto, automáticamente se elimina la posibilidad de ver y sentir la vida de los demás.

Todos debemos saber que, tal como se ha ido adelantando en las lecturas de los domingos pasados, este tipo de vida marcada por el placer y el dinero conlleva un gran riesgo: el dinero mal usado lleva a la codicia, la codicia genera egoísmo, el egoísmo es incompatible con la caridad, y sin caridad no hay posibilidad de ir al cielo. Fijémonos lo que le pasó al rico: mientras el pobre Lázaro terminó disfrutando en el seno de Abrahán, que es una manera de hablar del cielo, el rico, debido a su egoísmo, fue llevado al infierno. En este caso, el dinero y el placer fueron como una venda en los ojos del rico que le impedía ver al pobre parado en su puerta con los perros lamiéndole las llagas. Con tanta insensibilidad por el dolor ajeno es imposible merecer el cielo.

Queridos hermanos: Todos debemos cuidarnos de caer en este círculo vicioso del dinero y el placer, porque podría hacernos perder nuestro destino eterno. Dios nos invita a estar a su lado y a compartir para siempre la felicidad de estar con él. No dejemos que lo material nos prive de esta invitación.

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