Queridos amigos
La Transfiguración del Señor Jesús es la máxima epifanía o revelación sobre quién es Él (Mt 17, 1-9). Es también un anticipo de su Resurrección y un pregusto de lo que será el cielo. Para los apóstoles fue ante todo un recorderis y estímulo, que los mantuvo con fe, pese a todo, cuando llegaron los tiempos difíciles de la Pasión y Muerte del Maestro.
Epifanías o revelaciones sobre quién de verdad es Jesús hay muchas en los evangelios (Lc 2, 10-12; Mt 2, 2; Jn 2, 11; Mc 1, 10-11). Pero, como dije, la máxima es la de la Transfiguración, pues en ella se unen la naturaleza, la historia y el mismo Dios, para decir que Jesús es el Hijo de Dios. La naturaleza, pues al transfigurarse vence todas las leyes naturales. La historia, pues los dos grandes protagonistas de la historia de Israel, Moisés y Elías -(la ley y los profetas)-, vienen del más allá para escucharle y conversar con Él. Dios mismo, que hace oír su voz poderosa para proclamar que Jesús es “mi Hijo, el amado, el predilecto. Escúchenlo”.
Es también un signo y anticipo de la Resurrección, pues Jesús aparece con un cuerpo espiritualizado, todo Él radiante e irradiando poder y felicidad. Tanto que los apóstoles creyeron estar en el cielo: ¡qué bien se está aquí!, exclamó Pedro, mientras pedía perpetuar el momento de gozo y éxtasis que estaban viviendo.
Que recuerden siempre lo que han visto y quién es realmente Jesús, es sin duda lo que el Señor se propuso cuando, tomando consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, se los llevó a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Para que cuando vengan los momentos difíciles de la Pasión y Muerte del Señor, no pierdan su fe en Él.