El evangelio que nos presenta San Lucas en el día de hoy corresponde a la conocida parábola del Buen Samaritano. Es interesante analizar la motivación que tiene el Señor para presentar este ejemplo. Quiere demostrar a una persona ilustrada que se preocupaba por “su salvación” cuál debe ser el criterio fundamental en este mundo para tener garantía de conseguirla siempre precedida de la benevolencia y de la misericordia de Dios.
Consiste en “amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo” (Lc. 10,27). “Amar a Dios con todo el corazón” podía entender el letrado perfectamente su significado pero “al prójimo como a ti mismo” presuponía, en la mentalidad judía de aquel tiempo, que consistía solamente a las personas más cercanas del entorno donde desenvolvía su vida. Por eso resulta una parábola por un lado conmovedora, llena de ternura y de misericordia por parte del samaritano, y por otro lado también “escandalosa” y signo de contradicción para las personas que basaban su espiritualidad en amar solamente a sus allegados. Se demuestra una vez más que el amor cristiano es universal, sin fronteras, sin discriminación posible, sin exclusión. Comienza ese amor por la sensibilidad y hasta la pena por el estado en que se encuentra la víctima que ha sufrido el asalto pero luego se adopta una firme decisión de amar, de compromiso, de ayuda hasta las últimas consecuencias.
El Buen Samaritano representa a Cristo que ama, libera, redime y salva especialmente al más necesitado. En el caminar de la vida encontramos a muchas personas que, al estilo del Buen Samaritano, son sensibles a las necesidades de los demás y mantienen actitudes de solidaridad, tolerancia, comprensión, ayuda… pero también existen personas egoístas, insensibles, intolerantes, discriminatorias, excluyentes que cierran los ojos ante las necesidades de los demás. Hoy el Evangelio de San Lucas nos exhorta a aproximarnos a quien tiene necesidad de nosotros sin preguntarnos quién es o por qué se encuentra así. Ayudar al que lo necesita es siempre la obligación primera del amor. Amar es hacerse prójimo del otro, ir en busca del necesitado, encontrar el rostro de Cristo en el hombre sufriente. El amor revitaliza al que ama y al que es amado. Lo que nos suele suceder es que, a fuerza de generalizar tanto en la palabra “amor” y en su contenido diverso, perdemos el sentido que el Señor en su predicación le da: acercarse con “com-pasión” a las personas necesitadas y, desde nuestra pequeñez y humildad, tratar de integrarlas a la sociedad y así sembrar la fraternidad evangélica en nuestra convivencia diaria.