50 AÑOS DE VIDA SACERDOTAL Y MISIONERA – VI

  VI

1936. AÑO DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA

                                     “Dichosa la Nación cuyo Dios es el Señor,

                                   el pueblo que él se es cogió como heredad

                                               el Señor mira desde el cielo,

                                      se fija en todos los hombres”.(Salmo 32).

El año había empezado con las alegrías de la boda de Jesús y María Antonia. Toda la familia, pequeños y grandes, vivíamos días muy alegres, viendo cómo se amaban los nuevos esposos. Los primeros meses, al anochecer se despedían de los papás y hermanos, llevando en un        pequeño caldero arropado, el potaje para la cena que tendrían luego en la intimidad de su nuevo hogar. Frasquita lo había preparado con un cariño especial, tarareando sus canciones, fruto de la felicidad que le embargaba viendo tan amorosos a sus dos hijos.

 

GUERRA CIVIL

         Pero aquella alegría duró pocos meses. Llegó la noticia que entristeció a toda España. Llegó la guerra entre hermanos, unos a otros se mataban con odio, hasta superar el medio millón de muertos. Muchos lo hicieron con la aureola de mártires, por Dios y por la Patria. Algunos ya  llegaron a los honores de los altares y los veneramos como santos. Jesús fue llamado a filas y a la guerra se fue. Todos sufrimos y fuimos testigos de las lágrimas y amargura de María Antonia. Felizmente Jesús volvió licenciado a los seis meses y la alegría, al menos por un tiempo volvió a casa. Santiago que apenas había cumplido veinte años, fue aquejado de la fiebre que sufrían miles de jóvenes, se presentó voluntario y marchó entre los primeros “Al Frente”. Lo llevaron por la Coruña, pasó las de Caín, se lo hemos oído contar tantas veces.

          Tres años pasó en primera fila, de trinchera en trinchera. Vio caer a sus pies a un jovencito de Tamaraceite, a quien cuidaba como a un hermano menor. Se escapó de ser devuelto a las islas, suerte que siguieron muchos jóvenes que, alocados se metieron en los barcos sin tener la edad para ir a la guerra. Muchos compañeros cayeron en combate, a Santiaguito no le rozó ni una bala, ¿a qué santo se encomendó? Con el mismo coraje con que se presentó a filas, una vez llegado el final de la guerra, dejó la garlopa, hizo sus estudios con sobresaliente y siguió la carrera militar, que tantas satisfacciones le ha dado en la vida. Para que la felicidad fuera completa, Dios le puso en el camino a una bellísima sevillana, hija de un señor coronel del ejército, y sin pensarlo dos veces se la trajo a su isla dorada. Naturalmente, primero se presentaron al Sr. Párroco de la señorita y contrajeron santo matrimonio. Yo pedí permiso en el seminario, para ir a conocer a mi cuñada. El seminarista quedó deslumbrado de aquella jovencita. No era un cuento, era verdad, a Santiago le salían las cosas a pedir de boca.

          Pasaron los años y no llegaron nunca los hijos. El Señor les tenía preparado a esta pareja una paternidad más significativa. Los dos se convirtieron en agentes pastorales de la nueva parroquia que los Padres Paúles fundaron en los bloques de Las Torres. Se empaparon bien del carisma vicentino que infundió a las obras sociales su primer párroco, el P. Gerardo Larrea. Y han sido durante 35 años los brazos  de todos los párrocos, paúles y diocesanos, que vinieron después. Sería curioso preguntarnos y ¿Quiénes fueron los que tuvieron las primeras iniciativas para hablar con los Padres Paúles y convencerlos para que fundaran una parroquia en dos caseríos de gente humilde? No me cabe la menor duda que fue mi tía Agustina acompañada de sus dos sobrinos. Vivían en la misma acera a orillas de una de las principales carreteras, en el centro de los caseríos el Cardón y Las Torres. Agustinita llevaba varios años visitando los hogares y fundando la Visita domiciliara de la Virgen Milagrosa. Me costa que sus dos sobrinos Santiago y Felisa le ayudaron generosamente para que no faltaran urnas con sus imágenes y funcionara bien esta labor tan apostólica y vicentina.

          Funcionando ya la parroquia, Santiago y Felisa fueron dos piezas importantes en las obras sociales de la parroquia. Sería curioso preguntarle a Santiago cuántas  gomas gastó  su coche, cargándolo como si fuera un camión, con víveres para los necesitados. Si van a casa y no encuentran a Felisa, no pregunten dónde está, la respuesta será siempre: está recorriendo el caserío, recogiendo las donaciones mensuales para Cáritas parroquial. Y ¿cuántos Paúles y otros sacerdotes han pasado por su casa? Felisa nos dirá: son innumerables, y se llenará su boca de elogios para aquel santo misionero, Manuel Coello, misionero luego en Madagascar. Lo tuvieron como huésped ilustre durante quince días en la misión del 45 en el Cardón.

          Yo seguiría haciéndoles a Santiago y Felisa preguntas y más preguntas de sus vidas en la parroquia de la Asunción, a lo largo de sus muchos años. Pero dejémoslas en el aire y sus respuestas edificantes en la intimidad de sus corazones y en la presencia de Dios. Las que me he permitido formular con el permiso de ellos, son suficientes, para poner en práctica las palabras del Señor que, una vez más quiero recordar: “Que nuestros hermanos vean vuestras buenas obras para que glorifiquen a nuestro Padre que está en el Cielo”. (Mt. 5 – 15,10).  

No quiero pasar por alto una anécdota que me llenó de alegría: era el mes de enero del  72, no me tocaba las vacaciones pero con motivo de la enfermedad de Madre, que estuvo en estado de gravedad tres meses antes, me permitieron ir por un mes a Canarias. El P. Larrea me invitó a celebrar la misa un domingo, todavía no había iglesia en la nueva parroquia. Desde el altar en el patio de los bloques, contemplaba yo mi casita blanca. El P. Larrea al terminar la misa se dirigió a la concurrencia: ¿Ven ustedes aquella casita blanca? ¡Sí…! ¿Saben quién nació en esa casita blanca? ¡No…! En ella nació el P. Socorro, el misionero del Perú que hoy lo tenemos con nosotros.

DOS APÓSTOLES DE LA CARIDAD

Mis queridos hermanos y amigos: El capítulo que estamos escribiendo, salvo algunas correcciones, hasta este momento fue escrito el año 2001, ahora estamos en el 2019,  lo continuamos cuando los dos santos esposos Santiago y Felisa ya están en la Gloria del Cielo, El título será: DOS APÓSTOLES DE LA CARIDAD. Creo que resume su preciosa vida, entregada al servicio de Dios y del prójimo, con su tiempo y sus haberes. Cuando llegaba de vacaciones su hermano, el misionero del Perú, le hablaban de todo, no tenían secretos para él. Le confiaron todos los detalles de sus caridades: – a) Durante algunos años cada mes tocaba a su puerta un Hno. De S. Juan de Dios, siempre le esperaba un jugoso cheque para sus obras de beneficencia. – b) Cuando el misionero llegaba de vacaciones también encontraba preparado un cheque que no bajaba de los cuatro mil euros, para las obras sociales del lugar donde trabajaba. – c) Y nos preguntamos: ¿cuánto fue la donación para la edificación del templo de su parroquia? Sólo sé que fue tan alta, que llamó mucho la atención de la feligresía. Pero casi toda las donaciones, incluidas la última, estaban a la vista, a la luz del día, ante la mirada de sus familiares y compañeros en el trabajo social y otras labores de su parroquia. Sabían que todo era para gloria de Dios. Recordaban una vez más el texto de Mt. 5 –15, 10.  Sabían perfectamente que el dinero no era ningún pecado, cuando era bien adquirido, bien administrado y bien compartido. Me preguntarán de nuevo, ¿y de donde le venían los euros para ser tan  generosos? Eran buenos administradores de sus haberes. No se gastaban el sueldo que recibía Santiago con el título de Teniente Coronel del ejército. Pero lo más importante fue la herencia que recibió Santiago de su madre, de algunos solares cercanos a la ciudad que, a la hora de la verdad, fueron vendidos a un precio bastante alto. Ahora les invito a unirnos a los ángeles para cantar jubilosos:

 “¡Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya!”

          Su testamento breve e interesante.     Cuando ya se sintieron achacosos y delicados de salud, llamaron al Sr. Párroco José Miguel, a nuestro hermano Juan y sobrino Antonio, el cariñoso y atento médico de cabecera de sus últimos años. Necesitaban su presencia para redactar y firmar el testamento, breve e interesante, y que ellos se encargarán de que se cumplan sus últimos deseos: “1º. Como nuestros hermanos están bien en economía, queremos que, el medio millón de euros que tenemos en el banco, la mitad sea para “Cáritas parroquial” de nuestra parroquia, y la segunda mitad para “Cáritas diocesana”. 2º. Que cuando el Señor nos llame, nuestros restos mortales sean “incinerados”. Los de Felisa que sean enviados a Sevilla y entregados a sus familiares para ser sepultados con los  de su santa madre. Y los de Santiago  con los de nuestro Padre y hermano Jesús.” Firmaron el Documento Santiago y Felisa y los presentes Sr. Párroco y nuestros hermanos Juan y sobrino Antonio. Es como para cantar con los Ángeles:

            “¡Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya”

          Como dos grandes triunfadores, llegaron a la Iglesia Triunfante y Gozosa del Cielo, en los primeros meses del 2008. Felisa a mediados de enero y Santiago el cuatro de abril. Los encargados del cumplimiento de su testamento cumplieron a la perfección. Después de la santa Misa con las sagradas cenizas en el altar y el templo completamente lleno de sus fieles admiradores. Al día siguiente el Sr, Párroco José Miguel y Juan Socorro volaron a Sevilla con los sagrados restos de Felisa. Se celebró la santa Misa que presidió Don José Miguel, con los familiares y fieles amigos presentes. Luego sus restos mortales fueron sepultados con los de su santa madre. De la misma manera se cumplió con los restos mortales y santa Misa, los deseos de su santo esposo Santiago. Ahora les invito a la fiesta que celebraron en el Cielo los Ángeles y la Familia Vicentina, cuando llegaron como grandes triunfadores a la Patria Celestial:

            “¡Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya!”

  “Bienaventurados los que mueren en el Seño,

Sí, bienaventurados porque sus obras los acompañan”

(Apc. 14. 13)

“Hijas mías amemos siempre a Dios y de la misma manera

A nuestro prójimo, sobre todo, a nuestros enfermos y necesitados”.

 (Santa Luisa de Marillac)

Santiago Socorro y Felisa

29-08-1916 / 17-04-2008

“Me robaste el corazón,

Hermanita, novia mía,

Me robaste el corazón

Con una mirada tuya,

Con un hilo de tu collar.”

“Que ponga él su izquierda sobre

Mi cabeza y con su derecha me abrace”.

(Cantar de los Cantares.3.9:2).

Pedro el seminarista más piadoso de su tiempo

“Te ensalzaré Dios mi rey

Bendeciré tu nombre por siempre jamás

Y alabaré tu nombre por siempre jamás”.

(Salmo 144)

Y ahora me toca hablar de Pedro. El seminarista con fama de ser el más piadoso de su tiempo. “De raza le viene al galgo”. Era el heredero de la abuelita Juana, de tía Agustina y de mi Padre. Recuerdo que cuando venía de vacaciones nos reunía a los pequeños por la mañana, al medio día y por la noche, para rezar las tres Ave Marías del Ángelus, algo que no hacíamos por costumbre en casa. Iba a misa casi todos los días, a pesar de estar tan lejos la iglesia. A veces acompañaba a la tía Agustina al Lomo Apolinario, tenía mucha amistad con el P. Pascual, no había conocido otra escuela que la de los Paúles, antes de ir al seminario. No faltaba  con la tía y sus hermanos al Manifiesto, que era la catequesis en la iglesia, los domingos por la tarde en el Lomo Apolinario.

          Había terminado la Filosofía, contagiado con la fiebre de tantos jóvenes, al estallar la guerra, quiso ir con su hermano Santiago voluntario a la guerra, pero padre se lo prohibió. Dos años después, cuando todavía no había terminado su segundo año de Teología, llamaron a filas a su quinta. Se corrió la voz de que el Sr. Obispo quería ordenarlo sacerdote, para librarlo de ir a la guerra. Mons. Pildaín se dio con la sorpresa de que Pedro dijo: “¡No…! Primero quiero ir a defender a la Iglesia y a la Patria, si me muero más pronto voy a ver a Dios, si no, tiempo tendré para ordenarme”. Así de simple fue su respuesta y salió con la suya.

          En Marruecos estaba con los de su quinta, cuando escribió a su hermano Santiago, pidiéndole su consentimiento para irse al frente voluntario. Santiago le dio el gusto a su hermano y al frente se fue. Pidió permiso y se vino a Las Palmas para despedirse de la familia. Recuerdo aquella tarde, al anochecer, cuando le vimos partir, cruzando las plataneras y cantando como si se fuera a una fiesta, se iba a la fiesta del cielo.

          Pocos meses, algunos combates, en uno de ellos dejó atrás uno de sus zapatos, así nos lo contaba en una de sus cartas. Descansaba en un parque con algunos de sus compañeros, cuando una bala perdida se le incrustó en un muslo. No se habían inventado los antibióticos, vino la infección y se fue a ver a Dios. En los tres días que duró con vida nos escribió una carta  con fervorosos vítores al Sagrado Corazón de Jesús. El Sr. Capellán, que le asistió en su muerte y a su sepelio, nos escribió dos cartas de condolencias, invitándonos a la paz y alegría de los hijos de Dios, contándonos a la vez, cómo fue testigo de la fe y santa muerte de aquel joven que llegó herido al hospital. Es una pena que las tres cartas se han perdido, yo las leí más de una vez. ¡Quedé maravillado!

Los restos mortales de Pedro están en el campo santo de Berga (Barcelona). Padre, hojeando los libros de Pedro, a los pocos días de su fallecimiento, encontró una estampa del Corazón de Jesús con la fecha de su partida y su firma. ¿Qué le pedía al Corazón de Jesús? Que si la voluntad de Dios era morir en la guerra, que le concediera la gracia de morir asistido por un capellán y ser enterrado en campo santo. Sabemos cómo Padre guardó como una reliquia esta estampa hasta su muerte.

                                                       

        Pedro, 1939 Fallecido en la Guerra

AÑO 39. FIN DE LA GUERRA DE ESPAÑA.

EL SEÑOR NOS VISITA. FALLECEN PEDRO Y MARIA.

“Me estuvo bien en sufrir,

Así aprendí tus mandamientos.

Más estimo yo los preceptos de tu boca

Que miles de monedas de oro y plata”.

(Salmo 118)

Así estaba escrito en los designios amorosos de Dios. La muerte de Pedro no fue una muerte anunciada, pero tampoco nos cogió de sorpresa. Sabíamos que no todos los que iban a la guerra volvían. Pero la desaparición de María Antonia a los cinco meses exactos de la de Pedro, causada igualmente por infección, ahora por una inyección, cuando se restablecía, al mes de dar a luz a su primer hijo, nos dejó a todos sin respiración, las lágrimas no dejaban de correr y la amargura nos ahogaba el corazón.

          Caso especial fue la casi locura de Madre ante la pérdida de su hija. Aquella mujer tan fuerte se derrumbó y temimos por su salud. Pero un día por la mañana, cuando se cumplía un mes  de tanto dolor, la vimos como nueva, llena de alegría. ¿Cuál fue la causa de tanto cambio? Ella misma nos lo dijo: “he tenido esta noche un sueño maravilloso, vi a mi hija en la gloria llena de felicidad. Me tocó con sus manos y me dejó llena de paz y tranquilidad”.  Madre nos tenía acostumbrado a muchas rarezas, pero  en esta ocasión nos devolvió el alma al cuerpo.

          Manolo se va al seminario. El origen de mi vocación hay que tomarlo desde más atrás, desde los días que Manolito contaba apenas unos pocos meses de vida y aquella santa mujer, nuestra abuela Juana Cárdenes se despedía de este mundo. Nos lo contaba tía Agustina en la sobremesa del banquete que preparó Madre para la familia y amigos el día de mi primera misa en nuestra parroquia de Tamaraceite. Tía Agustina se levantó de la mesa y comenzó a hablar: “Madre mía que estás en el cielo, ya el Señor te escuchó, ya te dio el hijo sacerdote que tú le pedías la víspera de tu muerte y que le habías pedido tantas veces en tu vida”. Y seguía Agustinita diciéndonos cómo la víspera de su muerte rodeaba su cama algunos de sus hijos y algunos de sus nietos. Estaba  Padre y también Pedro y Manolo de pocos meses de nacido en los brazos de su Madre. Aquella santa mujer levantó sus ojos al cielo y exclamó: “¡Dios mío!, que uno de estos niños sea sacerdote”

          Esta anécdota me conmovió hasta las lágrimas, mientras todos los mayores comentaban cómo las palabras de la tía eran ciertas y cómo el señor había escuchado en vida las oraciones de la abuela con las vocaciones  de sus tres hijas  y una nieta religiosas. A lo largo de mi vida sacerdotal, en muchas ocasiones en las que he hablado de las vocaciones, he recordado esta conmovedora historia, para motivar a los padres a hacer lo mismo, pedir al Señor esta gracia, tan conforme con sus designios amorosos.

          Recordaré que cuando era estudiante de Filosofía escribí por  primera vez a Cuba a Sor Dolores y Sor Concepción. La carta la envié también a Canarias, a Sor Antonia y a la prima Sor María Hijas de la Caridad las dos. Las tías de Cuba, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, me contestaron, diciéndome que desde la muerte de Pedro, se pusieron de acuerdo para pedir las dos al Señor que la vocación del difunto pasara a uno de sus hermanos menores. Las de Canarias me aseguraron que oraban todos los días por mi perseverancia. Unos dos meses después de que Pedro se fue al cielo, un día estaba Padre revisando los libros que había dejado de su carrera. Manolo estaba presente, y en esto, entró Madre a la alcoba, donde Don. José se entretenía con los libros de su hijo. Apenas la vio, dijo: “¿Frasquita que vamos a hacer con  estos libros, no será mejor que los donemos al seminario, para uso de algún seminarista?” “Cállate la boca, esos libros son para Manolo. Estoy segura de que Manolo tiene vocación y terminará haciendo lo que Dios manda“.

          La escena se repitió poco tiempo después, Padre llamó a Manolo para que le ayudara a abrir las cajas donde estaban los libros de su hijo difunto. Era como una manía o tal vez, sentía un consuelo grande al tener aquellos libros en sus manos. No creo que fuera para que Manolo se fuera familiarizando con aquellos libros, tenía serias dudas de la vocación de su hijo, no le faltaban razones, aunque seguía orando mucho a ver si se daba el milagro. Madre, aquella mujer que parecía una visionaria, (todos sabemos que sus predicciones se cumplían al pie de la letra), no tenía prisa de que Manolo se decidiera, ella estaba segura de que su hijo estaba llamado a seguir la carrera de su hermano. Por eso aquel día en que volvió a ver a Padre e hijo hurgando en aquellos libros, levantó la voz y dijo: “esos libros no deberían tocarse. Con tanto abrir y cerrar esas cajas se van a perder los libros y cuando Manolo vaya al seminario tendremos que comprar otros nuevos”.

          Dña. francisca hablaba con tanta convicción de la suerte que le tocaba seguir a su hijo Manolo, que todos en casa hablaban del asunto como algo hecho, hasta algunos vecinos sabían que Manolo seguiría los caminos de Pedro. Pasaban los meses y Padre e hijo seguían callados. Los dos veían como una linda opción seguir el camino que con tanto éxito empezó Pedro, pero las torpezas de Manolo y su poca piedad, hacían difícil alcanzar o al menos acercarse, a la talla de aquel excepcional seminarista. Así pensaban padre e hijo. Manolo en particular demostró con esta conducta, algo que le caracterizó toda su vida. Sin conocer a su santo fundador S. Vicente de Paúl, estaba poniendo en práctica una de sus máximas: “No adelantarse a la Providencia. Hay que pensar despacio las cosas en la presencia de Dios y cuando se descubra su santa voluntad llevarla a cabo sin volver la mirada atrás”.

          A mediados de setiembre, por fin, Manolo abrió la boca: ¡Madre! ¿Cuándo vamos a solicitar mi entrada al seminario? “Mañana mismo, hijo mío, ya llega octubre y van a comenzar las clases”. Y a Las Palmas se fueron madre e hijo. Don Juan Alonso, aquel ilustre y recordado sacerdote, amigo de la familia, nos recibió con toda amabilidad. ¿Qué nos dijo Don Juan?: “¡Qué pena! No me queda ni una sola plaza. Pero no hay mal que por bien no venga. Dña. Francisca saque a Manolo del colegio Sarmiento y llévelo a los Padres Paúles, ellos lo van a preparar mejor, y sobre todo, le ayudarán a madurar en su vocación”.

Siempre he pensado que la demora de Manolo fue providencial y las palabras de Don. Juan obra del Espíritu Santo. Los Padres Paúles, no sólo le ayudaron a madurar en su vocación, sino a descubrir su verdadera vocación: sacerdotal y misionera. ¿Y no estaría en el cielo Pedro, dirigiendo también a Manolo? Recordemos que él tenía más vocación de misionero que de sacerdote diocesano. Por eso intentó marcharse con los hijos de Don Bosco. Padre se lo prohibió, recuerda que tienes una beca, termina primero la carrera en el seminario y después te irás con los Salesianos. ¿Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya!

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