¿Dónde está tu hermano? – Estudio y reflexión sobre Gen 4,1-16

“¿Dónde está tu hermano?”

Somos diferentes, pero hermanos.
Estudio y reflexión sobre Gen 4,1-16

P. Mario Yépez Barrientos, CM

Motivación inicial

Sobresaltado, como todos, ante lo que estamos siendo testigos en estos últimos años acerca de la violencia y muerte contra hermanos cristianos en Oriente, así como también el creciente índice de delincuencia en nuestro país, me animo a proponerles esta sencilla pero profunda reflexión.

La historia de la humanidad ha sido tejida entre conflictos y peleas tribales, nación contra nación, hermanos entre hermanos, y, aunque en los intervalos de paz se conmovían los hombres por las consecuencias terribles de estos enfrentamientos, la memoria se volvía frágil y se retomaban las armas como medio para solucionar nuevamente problemas y desacuerdos, apoyados por una carrera armamentistas que todos denigran, pero que a su vez todos alientan. Nuestra patria en su larga historia republicana también ha tenido de esto, y nos ha tocado de cerca la terrible desgracia de convivir con el terror y la muerte más de una década donde, por supuesto, los más perjudicados fueron los campesinos de la población andina y de la selva nor-central en una primera etapa y, luego, en la ciudad de Lima con todo lo que ello significaba (no olvidemos el problema del centralismo de toda la vida). Para muchos citadinos aquella violencia primaria estaba lejos, como que no era de importancia si aquellos hermanos de la sierra y de la selva morían, más cuando tocó la puerta de la gran ciudad recién se dieron cuenta de que aquellos que murieron eran de los nuestros también, nuestros hermanos. Ahora, nos somete el temor de unos asesinatos y crímenes sustentados en un fanatismo religioso, así como también una ola de delincuencia creciente que atemoriza a cualquiera, en un supuesto tiempo de democracia y de cierta paz. A esto le sumamos, un odio exacerbado contra el otro, a quien discriminamos, despreciamos y no genera otra consecuencia más que generar enemistades tras enemistades y, por ende, una violencia incontenida que se traduce en gritos por la calle, impaciencia desbordada, agresiones físicas y verbales hasta llegar a muertes injustas y lamentables. El afán de dominar al otro termina por desafiar la convivencia pacífica, se transita con miedo, ya nadie confía en nadie, se denuncia un pasado doloroso donde muchos clérigos cometieron abusos sexuales, y muchas familias siguen sufriendo la desdicha de tener un familiar violador y no saben cómo afrontarlo; las mujeres son maltratadas, vejadas y asesinadas sin un ápice de compasión; gente vulnerable son considerados objetos de compra y venta y parece que la justicia humana no tiene como frenar esto; y por último en quienes confiamos como instituciones que velen por la seguridad de los ciudadanos se llenan los bolsillos de dinero y salen a defender a los culpables y a condenar a los inocentes. También somos testigos que se enarbolan cantos de igualdad, pero a costa de pequeñas vidas que no cuentan y se disfraza la lucha de derechos de uno o una por encima de derechos del otro u otra. ¿No es que se busca la igualdad de derechos? ¿Y, aquellos pequeños, no son el “otro”? ¿No se convertirán en el “otro” u “otra” que también tienen el derecho de vivir como todos hemos llegado a este mundo? Parece que siempre termina la historia de la misma forma: “todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros” (Orwell, “Rebelión en la granja”). Todo esto nos pone en alerta ya que se viene perdiendo el respeto y el valor de la vida de un modo considerable en la sociedad, y esto ya no sólo suscita los “clásicos” interrogantes que nos hacemos (¿Qué nos está pasando? ¿Cómo es que esta generación puede crecer en paz ante tanta violencia? ¿Quién puede poner un alto a todo esto?), sino que despierta un sentimiento de mucho temor y confusión como si no supiéramos realmente qué esperar y qué hacer. Mientras que el rumor de una anarquía amenaza como una alternativa a una sociedad que está llamada a pensar, reflexionar, cambiar de actitud, mejorar.

La maldad sigue siendo un escollo terrible para la humanidad y muchas veces se manifiesta de un modo inexplicable. Para quienes confesamos la fe en un solo Dios, esto también nos resulta un tema complicado y hasta conflictivo.

Nuevamente muchos pensadores y hombres de fe vienen compartiendo diferentes reflexiones al respecto, intentando acercarnos al misterio del mal que se anida en el corazón del hombre y que lo lleva a cometer estos actos repudiables, así como también se busca señalar las grandes posibilidades de poder enfrentarlo con la fuerza del bien y de la paz (sin duda un intento de ello, es la exhortación “Evangelii Gaudium” del Papa Francisco). La humanidad entendida como fraternidad parece que ha quedado en el “baúl de los recuerdos”, en alguna canción de niños que las nuevas generaciones no conocen, resaltado en los slogans de las marchas por la paz o dentro de las frases célebres que se
colocan en los paneles de las instituciones educativas. Muchos, por no decir todos, estarían de acuerdo con lo siguiente: “No hay peor maldad que la que se comete con tu propia familia”. Pero, en definitiva, esto es lo que está sucediendo todos los días. La humanidad está perdiendo el sentido de la fraternidad. ¡Siendo hermanos nos estamos
haciendo daño! Estamos en un tiempo de crisis de la fraternidad. Se vienen sucediendo daños irreparables, y esto aleja cada vez más el deseo de perdón, y afianza, por otra parte, la cadena de venganza. Pero, también hoy como en el pasado, hombres y mujeres siguen apelando a comprender y enraizar su vida a este ideal de la fraternidad, un ideal
que tiene sus raíces en una experiencia realmente humana y religiosa. La Sagrada Escritura nos ha dejado diferentes reflexiones acerca de la fraternidad en sus páginas (Isaac e Ismael; Jacob y Esaú; José y sus once hermanos), que son experiencias vivas de fe sobre este tema, pero yo solo quiero en esta oportunidad detenerme en el cuestionamiento y la reflexión teológica que se hizo a partir del relato primigenio del origen del mal contra el hermano que encontramos en Gn 4: el relato de orígenes de Caín y Abel. Para esto, me he sentido motivado por la lectura del libro de L. Alonso Schökel, que lleva justamente el encabezado de esta reflexión:“¿Dónde está tu hermano?”.

Así, deseo proponerte una relectura y con ello motivar desde nuestra convicción de fe cristiana, una alternativa frente a esta cadena de maldad que nos viene agobiando y quizá sensibilizarnos más en este tema de entender la humanidad desde la perspectiva de la fraternidad.

Exegesis: Caín y Abel, un relato de los orígenes

a. Nacimiento de los hermanos: diferenciación – fraternidad …

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