Queridos hermanos:
Existen muchas formas de demostrar el amor. La semana pasada, por ejemplo, resaltábamos dos maneras concretas: perdonar y dar la vida. Y aunque estas dos son, quizá, las formas más sublimes de demostrar el amor, hay que decir que no son las únicas. En este sexto domingo del tiempo pascual, repasaremos una más.
La lectura del evangelio de este domingo propone una relación estrecha entre amar a Dios y obedecerle. ¿La obediencia puede ser también una manera de demostrar el amor? Al parecer, sí. Jesús lo dice de la siguiente manera: “Quien me ama guardará mis palabras; quien no me ama no guardará mis palabras”. El verbo “guardar” aquí no significa “ocultar algo que está expuesto”. Este verbo que nuestras biblias traducen como “guardar”, en realidad es el verbo griego “tereo”, que significa “mantener”; por lo tanto, la frase del evangelio invita más a hacer lo posible para que la Palabra de Dios se mantenga en el interior de cada persona (quizá por eso se traduce como “guardar”), para que luego se evidencie en la manera de vivir. Y lo cierto es que solo hay una forma en que la Palabra de Dios puede mantenerse dentro de cada uno hasta el punto de hacerse vida: escuchándola constantemente. Es por esta razón que este texto bíblico tiene una relación directa con la obediencia. Obedecer significa precisamente “escuchar” al que nos habla y optar por cumplir lo que se ha escuchado. Por tanto, la frase de Jesús en este evangelio la podríamos parafrasear de la siguiente manera: “el que me ama, lo demostrará obedeciéndome”, entendiendo “obedecer” como “escuchar su Palabra y cumplirla”.
Ahora bien, ¿de qué manera la obediencia a la Palabra de Dios puede ser una demostración de amor? La respuesta es muy simple: cuando se ama a una persona, la voluntad de esa persona se convierte para quien le ama en “ley”, es decir, en algo que hay que cumplir. Una característica del amor es precisamente esta: quien ama intenta hacer feliz a la otra persona, y si se conocen sus gustos, su manera de pensar, lo que desea y lo que sueña, se hace lo posible por satisfacer esos deseos. En otras palabras, el cumplimiento de la voluntad del ser amado es casi una obligación para quien ama, siempre dentro del contexto de buscar la felicidad del otro. Esto también se aplica a nuestra relación con Dios: nosotros sabemos qué es lo que él desea, cuál es su voluntad, porque la ha dejado plasmada en su Palabra. Si nuestro amor a Dios es legítimo, el simple hecho de escuchar su Palabra debe llevarnos a cumplirla. Y de esta manera, el amor que le tenemos a Dios estará demostrado en el hecho de cumplir su voluntad, es decir, obedecerle.
Hermanos: la obediencia, pues, es otra demostración de amor. Sin embargo, no debemos negar que aunque el amor sea grande, siempre se encuentran dificultades al momento de intentar cumplir la voluntad de otra persona. Estas dificultades las sienten los hijos que quieren obedecer a sus padres, los esposos que quieren darse felicidad y todos los que queremos hacer lo que Dios nos pide y terminamos haciendo otra cosa. Felizmente, la misma lectura de este domingo nos asegura una ayuda para amar mejor a Dios y a todos: “el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo”. Así que, hagamos lo posible por amar con todas nuestra fuerzas, porque además tenemos una fuerza que viene de lo alto. Y no olvidemos que “obedecer” no es una humillación; es más bien un acto de amor.