Queridos amigos
Continuando con las instrucciones de Jesús a sus apóstoles, en su despedida después de la Última Cena, Juan (14, 23-29) añade tres de la máxima importancia. Son: 1, la Santísima Trinidad, que habitará en nosotros; 2, el Espíritu Santo que el Padre Dios va a enviarnos en el nombre (a pedido) de Jesús; y 3. La paz, shalom en arameo, que es sinónimo de plenitud, armonía y felicidad, y que es el resultado de nuestra unión con Dios y comunión con el Espíritu y entre nosotros.
1.- “Vendremos a él (tú, yo y nosotros) y haremos mansión en él, dice Jesús a lo que nosotros llamamos inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros: Dios Padre-Hijo y Espíritu Santo moran en lo más profundo de nosotros mismos, pero también dan fundamento y forma a los principios que fundamentan y mueven nuestra vida y sociedad. Por ejemplo, los principios de la unidad en la diversidad y del trabajo en comunidad (o equipo de trabajo). Esta breve referencia a la Santísima Trinidad es una de las muchas que se encuentran en el Nuevo Testamento (Mt 3 16-17; 28, 19; Juan 14, 16-17; etc.). Dada la importancia de la divina Trinidad en la Revelación cristiana, uno se pregunta por qué los cristianos no tenemos una vida más trinitaria, pensado y hecho desde, con, por y para Dios Trinidad.
2.- Al Espíritu Santo, de quien Juan habló ya algo en el c. 3 de su evangelio y va hablar mucho más en los capítulos 15 y 16, Jesús llama Paráclito, en griego, que en castellano significa abogado, defensor, consolador. Lo envía el Padre, en nombre de Jesús, a quienes lo aman, para recordarnos todas las cosas que Jesús enseñó. Esto hace que el Espíritu Santo sea como la Memoria y la Voz de Jesús para con sus discípulos y que les (nos) ayude a entenderlas mejor y a sacar las consecuencias de su fe y praxis para completar la doctrina de Jesucristo y de la Iglesia.
3- En relación con la paz que nos da Jesús (Jn 14,27), digamos que es fruto del Espíritu, que habita en nosotros. El Señor la regala cuando, por nuestra forma de vida, nos hacemos merecedores de ella. La paz de Jesús nos lleva a vivir en plenitud y con serenidad y tranquilidad nuestra vida interior. También a tener dominio de nosotros mismos y a construirla en el entorno y en la sociedad, prefiriéndola a cualquier otra solución. La paz se asienta en la justicia y se corona con la caridad. No es como la paz que da el mundo, que resulta del miedo a la violencia y la guerra, sobre todo en nuestros días. A los hombres de buena voluntad nos corresponde exigir la paz por encima de todo, apostando por el diálogo y el consenso social y político.