¿Recuerdan, queridos amigos, aquella ocasión en la que le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante? Aquella vez Jesús respondió que el mandamiento del amor a Dios era el primero de todos y el segundo era el mandato de amar al prójimo. Aunque si nos fijamos bien en la respuesta que dio Jesús, nos daremos cuenta que en realidad Jesús nos estaba invitando a vivir un solo precepto como centro de nuestra vida: el mandamiento del amor. Ese día, gracias a la pregunta que le hicieron, Jesús adelantó lo que sería luego uno de sus mensajes principales y de más influencia en el cristianismo.
El contexto del evangelio de este domingo es el discurso que pronunció Jesús después de su última cena con sus discípulos. Jesús sabía que en pocas horas sus amigos iban a tener que caminar solos, sin su Maestro, y en esa cena de despedida les dejó sus últimas indicaciones. No sería equivocado decir que sus consejos y regalos más importantes los reservó Jesús para esa noche: la Eucaristía, el sacerdocio, el ejemplo del servicio y el mandamiento del amor. Este discurso, pues, fue su testamento, es decir, lo que quería Jesús que sus discípulos vivieran como las principales características de sus vidas.
En ese discurso fue que Jesús volvió a señalar, como aquel día de la famosa pregunta, que el mandamiento más importante es el amor. Desde ese día, nosotros los cristianos sabemos que estamos llamados a amar, y que ese amor debe ser nuestra principal característica. Pero el amor que estamos llamados a entregar no es de cualquier tipo. Cuando Jesús dejó su testamento dijo que debíamos amar “como él nos amó”. Por tanto, el amor que debemos vivir debe ser igual al que nos entregó Jesús, del mismo nivel. Es importante, pues, que sepamos cómo fue el amor que Jesús nos tuvo para luego nosotros amar igual.
Cuando pensamos en el amor que Jesús nos tuvo, lo primero que se nos viene a la cabeza fue su muerte en la cruz. En efecto, la mayor demostración de amor por parte de Jesús fue entregar su vida por nosotros. Pero no fue la única: en la cruz Jesús también perdonó a todos los que le habían agredido, insultado, difamado, crucificado. Y es que el perdón y la entrega de la propia vida son las principales características del amor de Jesús. Y son estas las características de debemos imitar, nosotros sus discípulos, al momento de amar.
Queridos hermanos: no olvidemos que el amor debe ser lo que nos distingue como seguidores de Jesús, pero un amor que implique perdonar y dar la vida. Perdonar significa seguir tratando con respeto y cariño a aquel que nos ofendió, al margen o más allá de los resentimientos y el dolor. Y dar la vida implica hoy hacer todo lo posible, incluso sacrificios, para que los demás tengan una vida más plena, más feliz. Esta es nuestra bandera. Hemos recibido el amor como herencia, y estamos llamados a ser en el mundo los representantes del único y más puro amor.