Queridos hermanos:
El relato de la ascensión del Señor se encuentra en la primera lectura de este domingo, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles. En esta historia hay un detalle que me gustaría resaltar. El texto nos dice que cuando los discípulos vieron a Jesús levantarse hasta que una nube lo cubrió, “se quedaron mirando fijos al cielo, viéndolo irse”. Pongámosle un poco de drama a la escena: los discípulos veían cómo su maestro se alejaba de ellos y, mientras más lejos estaba, los iba embargando un sentimiento de soledad, tristeza, incertidumbre. Ellos estaban paralizados. Solo atinaban a mirar al cielo, sin ningún tipo de reacción. Quizá en su interior se preguntaban: ¿Qué va a ser de nosotros ahora? ¿Qué debemos hacer, a dónde debemos ir? Es allí cuando aparecen unos personajes vestidos de blanco (ángeles, quizás), que les hicieron reaccionar: “¡Galileos! ¿Qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”
Lo que sucedía era que la tristeza había hecho que olviden un mandato muy importante que Jesús les había dejado justo antes de dejar físicamente este mundo. Este mandato lo encontramos en el evangelio de este domingo: “Está escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar al tercer día, y que en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”. Entonces sí había mucho por hacer: predicar la conversión y el perdón de los pecados; y sí se les había dicho a dónde ir y por dónde comenzar: a todo el mundo comenzando por Jerusalén. Se entiende mejor ahora por qué había que hacer reaccionar a los discípulos: el encargo dejado por Jesús era arduo, intenso e importante, y había que “poner manos a la obra” en vez de la actitud pasiva y melancólica que habían adoptado los discípulos. En otras palabras, una vez que Jesús se fue, había que iniciar la misión.
Creo que esta idea podría ser la central en la fiesta de la ascensión del Señor. Recrearnos en la imagen de Jesús subiendo al cielo no es lo más importante en un día como hoy. Si esto es lo que más nos atrae de esta fiesta, estaríamos como los discípulos en la primera lectura, es decir, “quietos mirando al cielo”. Mirar al cielo es importante, ciertamente, porque sin la motivación que nos viene del cielo no podríamos cumplir con nuestro deber de cristianos; pero también lo es el hecho de cumplir la misión que Jesús nos dejó: ser sus testigos por todo el mundo. La fiesta de la ascensión es, pues, la fiesta del inicio de nuestra misión en el mundo; una misión que tiene un objetivo concreto: buscar la conversión, es decir, hacer que todos conozcan a Jesús, le amen y le entreguen sus vidas.
No olvidemos, hermanos, lo dicho por los ángeles: “¿Qué hacen ahí parados?” Hay mucho por hacer porque el mundo es muy grande, y existen muchas personas necesitadas de la conversión que debemos predicar.