El evangelio de hoy (Mt 25, 31-46), está puesto como bisagra entre dos años litúrgicos: el 2020, que termina en este domingo 22, y el 2021, que empieza el domingo 29 de noviembre, con el Adviento. Escatológicamente, el evangelio nos habla del final de los tiempos, con el Juicio Final. Cuando Jesucristo venga en su gloria, con todos sus ángeles, y se siente en su trono para juzgar a los hombres. La liturgia ve y celebra todo esto como la Fiesta de Cristo Rey. Cuando Jesucristo Rey por derecho, ascendencia davídica y conquista, haga efectivo su Reino en el cielo nuevo y lo dé en herencia a quienes hayan merecido la vida eterna.
Hurras, palmas y felicitaciones es lo que cabe hacer en la Fiesta de Cristo Rey, que hoy celebramos. Se lo merece el Señor, por la clase de Rey que fue y es y por la clase de Reino y de Reinado que llevó a cabo. Le costó la vida ir contracorriente y hacer entender que un rey -y aún más -, el Rey esperado y ungido (el Mesías), había venido a servir y no a ser servido, y que tenía que ser humilde, afable y amigo de los pobres. ¿Aprenderemos alguna vez esta lección?
Lo grande y maravilloso para nosotros es que, desde el bautismo, somos reyes con el Rey y reyes en su Reino, no sólo servidores y ciudadanos. Y tenemos una misión concreta y envidiable: la de instaurar en Cristo todas las cosas (leyes, estructuras, instituciones, trabajos, hombres y mujeres, gozos y esperanzas…), para que Él y hasta que Él reine efectivamente en todo. El Reino de Dios ya es, pero todavía no. Por eso pedimos que venga a nosotros Su Reino y trabajamos por hacer realidad aquí abajo lo que allí ya es: comunión en el amor, paz y libertad, dicha y gloria para siempre. La tarea es de todos, pero especialmente de los laicos cristianos a quienes corresponde vivir y trabajar en el mundo.
Lo lograremos si antes establecemos ese Reino de Dios en nosotros mismos, lo que supone esfuerzo, espíritu de lucha, dominio de uno mismo y control ante las personas y las circunstancias que nos rodean. Afortunadamente estar con Jesucristo Rey, haber sido bautizado en su nombre, conlleva algo inaudito: una participación en su naturaleza y condición de Rey, también en el ser dueños de nosotros mismos, es decir, en tenerlo todo bajo control. Secundando este don con nuestro empeño nos será más fácil ser reyes y dueños de nosotros mismos así como regir nuestras vidas. Entonces podremos ser guías y líderes para los demás y construir juntos el Reino de Dios. Recordemos siempre que, en su Reino, servir es reinar.