Dios es real, que hasta lo podemos tocar y comer
Se acercó a la oficina parroquial una pareja de esposos, por la mañana, un día ordinario, para hablarme de cómo Dios había entrado en sus vidas, de cómo Dios había tocado su matrimonio, de cómo habían vuelto a la Iglesia después de mucho tiempo y que habían retomado su vida sacramental. La alegría fue tan grande que juntos, los tres, dimos gracias a Dios por todo esto. Al despedirse, ellos me hacen llegar un sobre conteniendo dinero. Me opuse diciéndoles: “¿cómo van a darme aquello que ustedes necesitan para sacar adelante a su familia?”, a lo que los dos me respondieron con el Salmo de hoy (Salmo 115): Padre, “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
El pueblo de Dios había experimentado un gran encuentro: Dios pasó por sus vidas y las transformó. Tanta era la gracia misericordiosa de Dios en ellos, dentro del marco de la Alianza, que ellos les salió de lo profundo de sus corazones: “Haremos todo lo que dice el Señor” (Ex.24,3-8). Moisés hizo lo que Dios le había pedido: “Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza”.
Cuántas maravillas hace Dios con su pueblo, cuánto bien hace con cada uno de nosotros en particular y a veces no nos damos cuenta. Hoy, en toda la Iglesia universal, celebramos la Solemnidad del Corpus Christi. Dios, una vez más pasa por nuestra vida.
Cuántos de nosotros buscamos a Dios, cuánta gente busca respuestas a sus grandes interrogantes, cuánta gente vive como si Dios no existiera o al margen de Él. Me dirigía a un hospital para darle la Unción de los enfermos a una persona agonizante. Por el camino conversaba con los familiares: “¿Saben cuál es la mayor tragedia humana? No es que un ser querido muera o que esté grave, o que nos falte la comida. La gran tragedia humana es: CAMINAR SIN DIOS, ESTAR SIN DIOS, VIVIR SIN DIOS Y MORIR SIN DIOS”.
¿Sabes que la Sangre de Cristo tiene poder? La respuesta la tenemos en la 2da lectura: “Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar las cenizas de una becerra tiene poder de consagrar a los profanos, cuánto más la sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas” (Hb.9, 11-15). La Sangre de Cristo que se derrama en cada Eucaristía, siempre es real, es la que purifica el mundo, la Iglesia y a cada uno en particular. Pidámosle a Dios que esa sangre se siga derramando en el hoy y aquí de nuestra historia.
Sabemos que la Eucaristía es la presencia real de Jesús. Celebrar la Santa Misa, es celebrar la mayor de las fiestas. Según el concilio Vaticano II: “La Eucaristía es el culmen de toda la vida cristiana”. Es un real encuentro con Dios. Una vez una señora vino a una misa que se celebraba por los enfermos. Al terminar la Santa Misa, esa comunidad tuvo una adoración al Santísimo. Este se paseó bendiciendo a todos los que habían llegado. Una señora que fue aquella vez hizo el gesto de acercarse al Santísimo. Una semana después fue al oncólogo, para verse de un cáncer terminal. El médico, al hacerle nuevamente los chequeos médicos correspondientes para operarle, se quedó de una sola pieza porque NO ENCONTRÓ CÁNCER. Hubo una junta de médicos y certificaron formalmente que no hubo nada de tumores, nada de células cancerígenas, nada de nada. Dios se había glorificado en ella. La Sangre de Cristo se derramó en ella y en su familia, ya que esta recibió la paz que necesitaba su alma.
“Tomen, esto es mi Cuerpo…Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos” (Mc.14,12-16.22-26). Si Dios quiere nuestro bien, ¿por qué vivir de espaldas a su amor? Me he encontrado con gente que dice: “Hay qué aburrida está la misa”, “para qué ir a la misa, no necesito ir a misa porque no me dice nada a mí”, “la misa la puedo ver por TV o por internet, o la puedo escuchar por radio”, “a mí no me dice nada la misa”… y otras frases más. ¿Estaré valorando la Santa Misa como un real encuentro con Dios que lo celebramos en comunidad? No se comulga una galleta, o un pedazo de pan, se comulga a Cristo: “Quien come mi pan y bebe mi sangre habita en mí y Yo en el”. Una vez un protestante se encontró con un católico y le dijo algo que es cierto: “Si tú y todos los católicos creyeran en ese Dios que está en esa “cajita metal” (se refería al sagrario), todos entrarían caminando de rodillas al templo y yo también. Yo volvería a la Iglesia católica de donde salí”.
Dios es tan real, que hasta lo podemos tocar y comer. ¿Te animas a encontrarte con él?
Con mi bendición.