Queridos amigos
“Todos los santos”, es la fiesta que celebramos en este domingo. Una fiesta muy simpática y muy cercana, que recibe cantidad de significativos nombres: Fiestas de la Gracia de Dios, Fiesta del Amor Hermoso, Fiesta del Espíritu Santo, Fiesta de los Amigos de Dios, Fiesta del Heroísmo Humano, Fiesta del Hombre y de la Mujer Nuevos… Yo prefiero llamarla Fiesta de las Bienaventuranzas, porque es lo que, en última instancia, estamos celebrando: a los hombres y mujeres que supieron vivir según las Bienaventuranzas, que es la Carta Magna de la Santidad. Así lo dice y hace la Iglesia al poner las Bienaventuranzas como evangelio de la Fiesta. (Mt 5, 1-12; Lc 6, 21-22).
Ciertamente el sentido de la Fiesta de Todos los Santos es celebrar su vida, dar gracias a Dios por su regalo al mundo, sentirnos orgullosos de ellos, vernos cuestionados por ellos e imitar sus ejemplos, animarnos a ser santos como ellos, tenerlos como intercesores… La Fiesta de hoy no puede dejarnos indiferentes y sin preguntarnos como san Agustín: ¡¿lo que ellos pudieron, incluso niños y ancianos, no lo podrás tú?! Inquietante pregunta, que se apoya en la de Jesús, que movió a tantos hombres y mujeres a ser santos: “¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo” (Mt 16, 26)
¿Quiénes son Todos los Santos, que celebramos hoy? Y ¿qué hicieron para serlo? Quiénes son es la pregunta más fácil de contestar: son los hombres y mujeres -no importa su edad, raza, condición y estado-, que gozan de Dios en el cielo. Y son millones y millones… Unos con nombre propio, que probaron su amistad con Dios mediante algún milagro, que llevó a la iglesia a anotarlos en su Santoral. Y otros anónimos, que, como solemos decir, se fueron con zapatos y todo al cielo, o después de ser “probados por el fuego” (del purgatorio) (1 Cor 3, 13-14). Son los más, y, entre ellos, los que convivieron con nosotros, porque fueron nuestros familiares, amigos y conocidos.
¿Qué hicieron ellos para merecer este honor? Simplemente vivieron las bienaventuranzas. Unas veces nos llamó la atención su inmensa confianza en Dios, en cuyas manos se ponían y lo ponían todo. Otras, su mansedumbre, llena afabilidad y bondad. Y/o su misericordia, siendo positivamente compasivos y solidarios con todos los necesitados. O su apasionamiento por las cosas de Dios y la justicia entre los hombres. Los vimos también limpios de corazón, viviendo con honestidad y transparencia; hombres y mujeres de paz, apostando siempre por ella y construyéndola sin importar los sacrificios. Perseguidos muchas veces por querer vivir y defender la causa de Dios y su Plan para el mundo. O simplemente por ser cristianos y dar testimonio de Cristo. ¿Y nosotros?