Es una feliz coincidencia que este domingo sea 30 de agosto y, por tanto, en el Perú se celebre la Solemnidad de Santa Rosa de Lima en vez del Domingo XXII del Tiempo Ordinario. Es una feliz coincidencia porque, aun cuando todos los 30 de agosto sean días de precepto, en nuestras costumbres, esos días no se pueden comparar con la importancia, seriedad y participación que se da a los domingos. Quizá por eso, en muchos casos, la solemnidad de Santa Rosa pasaba desapercibida. La feliz coincidencia hace que este año recordemos y celebremos a esta gran santa con la importancia e interés de los domingos.
Y repito: es una feliz coincidencia, porque Santa Rosa no puede pasar desapercibida en el itinerario espiritual de los peruanos. En muchos otros países se le venera con gran devoción; es patrona de América Latina y de Filipinas; muchas personas vienen a Lima solo con el propósito de conocer el lugar donde están sus restos. Los primeros que deberíamos tener una estima especial por esta mujer que se ganó en cielo por su manera de vivir, somos nosotros, sus paisanos. Y como la estima por un santo, es decir, la devoción, implica imitar su manera de vida, vamos a especificar el motivo por el que Santa Rosa llegó a la santidad para que se convierta también en nuestro camino al cielo.
Para conocer cuál fue el motivo por el que Santa Rosa se hizo santa, vamos a analizar las lecturas bíblicas de la solemnidad. Sabemos que cuando se celebra la liturgia de un santo, las lecturas son escogidas a propósito para resaltar aquel aspecto de su vida que fue vivido de manera extraordinaria al punto que le mereció el premio del cielo. En el caso de la misa de Santa Rosa, la primera lectura dice lo siguiente: “Hijo mío, sé humilde en todo lo que hagas, y te estimarán más que al que hace muchos regalos. Cuanto más grande seas, más deberás humillarte; así agradarás a Dios. Porque grande es la misericordia de Dios, y él revela a los humildes sus secretos” (Eclo 3,17-19). La segunda lectura va en la misma línea que la primera: “A nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él y encontrarme unido a él” (Flp 3,8-9). Y el evangelio resume lo dicho por estas dos lecturas en la parábola del grano de mostaza, donde se resalta la la aparente insignificancia de las obras de Dios: “El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es, por cierto, la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece, se hace más grande que las otras plantas del huerto, y llega a ser como un árbol, tan grande que las aves van y se posan en sus ramas” (Mt 13,31-32). Estos textos hablan por sí mismos. En ellos se destaca claramente aquella virtud que llevó a Santa Rosa a la santidad: la humildad.
En efecto, no hay santo sin humildad. Esta virtud es como el prerrequisito de la santidad, precisamente porque la humildad lleva a una total dependencia de Dios. La persona humilde reconoce que todo lo que es y todo lo que tiene viene de Dios. Este reconocimiento le mantiene constantemente en una dependencia de Dios, hasta el punto de relativizar todo lo que le rodea para vivir solamente de aquello que Dios le da. La frase de San Pablo de la segunda lectura es, pues, una descripción de la humildad: “Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él”. Como dice la primera lectura, la humildad agrada a Dios, porque él mismo fue humilde: humilde al hacerse hombre, humilde al hacerse pobre, humilde por la forma como vivió, humilde hasta en la manera de morir. Jesús mismo dijo que todas las cosas de Dios van de la mano con la humildad (de allí la parábola del grano de mostaza). Y como la santidad consiste en
imitar a Cristo, quien vive la humildad a la manera de Jesús, está en camino a ser santo. Esto fue lo que caracterizó a Santa Rosa de Lima.
Según lo que nos cuentan sus biógrafos, Santa Rosa de Lima poseía una extraordinaria belleza, pero ella huía de los elogios y prefería cubrir su cuerpo y su rostro para agradar solo a Dios con su manera de vivir. Se dice también que su familia era adinerada y que sus padres le ofrecían una vida cómoda y placentera, pero ella prefirió vivir en casa de una familia pobre porque buscaba ser rica a los ojos de Dios. Cuando comenzó a manifestar una vocación a la consagración, le ofrecieron entrar a un convento de monjas dominicas, pero ella prefirió la sencillez de una ermita en el jardín de su casa para una vivir una relación personal con Dios. Y cuando hacia el final de su vida se expandió su fama de santidad por los milagros que Dios hizo por medio de ella, fue cuando más se refugiaba en la soledad de su ermita, para evitar la gloria del mundo. Por donde se mire la vida de Santa Rosa de Lima, encontraremos testimonios de una total dependencia y referencia a Dios. De hecho, una de sus frases más conocidas, que ella escribía constantemente en las paredes de su oratorio y bordaba en los manteles que tejía en sus tiempos libres, era: “No quiero esposo mío más riquezas, que adorarte, ni otro deseo que servirte.” Este era como el lema de su vida, su inspiración. Tiene, en el fondo, la misma idea expresada por San Pablo en la carta a los filipenses citada más arriba.
Por último, Santa Rosa no solo es conocida por su humildad, sino también por su penitencia. Todos conocemos alguna historia que retrata su capacidad de sufrir por amor a Jesús. Y es que necesariamente la humildad va de la mano con la mortificación, porque implica cierto tipo de renuncias. No se puede depender totalmente de Dios sin antes dejar de depender de las cosas materiales, por ejemplo. Tampoco se puede ser humilde sin dejar de lado el orgullo y la soberbia. La humildad, que es el camino al cielo, implica cargar con una cruz. Ya Jesús lo había dicho: “Quien quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24). Santa Rosa, haciendo suya esta verdad, solía decir: “Aparte de la cruz, no hay otra escalera por la que podamos llegar al cielo”. Y realmente subió por esa escalera y llegó al cielo.
Como vemos, hermanos, Santa Rosa es motivo de orgullo para todos los peruanos. Una hermana nuestra, hija de nuestra tierra, está en el cielo, y el Perú está representado junto con ella. Nuestro orgullo se tiene que convertir en devoción, y la devoción en un esfuerzo por imitarla. Su humildad y capacidad de penitencia deben ser una motivación para seguir ese camino que nos llevará al cielo. Hagamos que al Perú se le conozca en el extranjero no solo por Machu Picchu o el ceviche, sino también por personas como Santa Rosa de Lima, que por algo el Papa Francisco, cuando estuvo por acá, dijo que el Perú era “una tierra ensantada”. La santidad, pues, es nuestro patrimonio: ¡que se note!