Celebramos hoy la fiesta en que María fue subida al cielo. Enterita, en cuerpo y alma. Un día excepcional, porque un ser humano entraba en el cielo, de la mano de Jesús, y era coronada como Reina y Señora de todo lo creado. ¡Increíble!. Y porque por primera vez, gracias a Dios, un ser humano alcanzaba el tope de la evolución logrando un cuerpo espiritual. ¡Realmente, más que fiesta para el cielo y para la raza humana!
Se merece que la felicitemos y que nos felicitemos, porque su triunfo es nuestro triunfo: el triunfo de la raza humana sobre la muerte, nuestro triunfo personal y el triunfo de la Iglesia. Es por esto que la Iglesia llama a María su modelo y guía: porque le muestra su destino final y cómo tiene que hacer su caminar por este mundo para lograr el cielo. La Asunción a la gloria es lo que le espera y lo que nos espera, siempre y cuando imitemos su vida, es decir hagamos nuestro y vivamos el Magnificat, que refleja el pensar, sentir y actuar más profundos de María en relación con Dios, con ella misma, con el hombre, su pueblo y el destino del mundo.
La Fiesta de Ntra. Sra. de la Asunción, que la Iglesia venía celebrando, recibió su espaldarazo final aquel 1º de Noviembre de 1950, Fiesta de todos los Santos, en que el Papa Pío XII proclamó el Dogma de la Asunción de María. Imposible describir la emoción que embargó al mundo católico y que se hizo aplauso interminable al escuchar las palabras firmes de Pío XII: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre virgen María, cumplido el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.
¿Dónde y cómo fue María asunta a la gloria del cielo? ¿En Éfeso? ¿En Jerusalem y con la presencia de los apóstoles, como quiere el apócrifo Evangelio de María? ¿Fue asunta aún con vida (dormición) o después de haber muerto (como en un cerrar y abrir de ojos?). Estas y otras muchas preguntas, la Iglesia las obvió en su declaración dogmática. Simplemente dijo que “fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”, dejando a los estudiosos la tarea de investigar qué pasó y cómo fue. Lo que el Papa definió es suficiente para mostrarnos el triunfo actual de María y, consecuentemente, el triunfo de la Iglesia y nuestro triunfo de cristianos al final de los tiempos.
Se han preguntado ¿qué hace María en el cielo? Sin duda ella vive gozosa en Dios y con Dios, dichosa de la gloria de su divino Hijo, la que comparte, al mismo tiempo que está envuelta en sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas, como la describe Juan en el Apocalipsis (12, 2+), para significar su inmensa grandeza. Pero esto no la impide estar activamente presente con Jesús en la Iglesia y en el mundo (Mt 28, 20). Intercediendo, convocando, acompañando, cuidando y protegiendo, con maternal solicitud por nosotros, a cada uno de sus hijos.