AL CIELO QUEREMOS LLEGAR, ESA ES NUESTRA META
Una vez, un Señor joven, había pedido la presencia de un sacerdote para que se confiese, reciba la unción de los enfermos y la Sagrada Comunión (viático para la vida eterna). Cuando llegó a casa de esta persona, nada más al abrir la puerta y verle con el Santísimo, exclamó este Señor: “Padre, esto es lo que estaba esperando”. Al día siguiente falleció. Desear vivamente estar junto a Jesús en el cielo, es sólo de personas de fe y de esperanza. Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Y esta solemnidad nos debería hacer pensar que nuestra gran meta es el cielo. Este Señor, al borde de la muerte, lo único que pudiera haber pasado por su mente y por su corazón era “encontrarse con Dios” cara a cara.
Jesús se despide de sus amigos, ya su misión en la tierra “terminó”, y quiere dejarnos una herencia muy grande: su Espíritu en medio de nosotros. Jesús, en el evangelio de Juan dirá: “No les dejaré huérfanos” (Jn.14,18). Qué bueno es terminar una misión y decir: “estoy listo para partir de este mundo, porque me voy al encuentro para siempre con mi Padre Dios”.
Jesús prepara a sus Apóstoles para el gran acontecimiento de Pentecostés, y les regala una promesa de fe y de esperanza: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza PARA SER MIS TESTIGOS” (Hch.1,1-11). Esta fiesta de la Ascensión del Señor no sólo nos debe hacer pensar en el cielo, sino también en la “tierra”, en el sentido de que estamos llamados por Dios a ser siempre testigos de su amor redentor en medio de este mundo. Una vez, en un congreso misionero del norte del Perú se proclamó a los 4 vientos que: “La Fe se fortalece dándola”. Un peligro que deberíamos todos evitar en nuestra vida de fe es que, ésta no debe ser “intimista”. Me interesa “sólo agradarle yo a Dios” y no me interesa que los demás estén al margen de Dios o que nunca se les haya anunciado la Salvación de Dios. Pero escuchemos la llamada de atención de los “hombres vestidos de blanco” que decían: “¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”.
San Pablo habla que debemos comprender: “cuál es la esperanza a la que han sido llamados” (Ef.1,17-23). En nosotros está la bendición de Dios, la fuerza de Dios para anunciar sin temor a Jesús. Debemos comprender, dirá San Pablo “cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros”. En nosotros está una riqueza de amor de Dios, muy grande que todavía no la queremos aceptar o descubrir. Él nos ha dado muchas cosas hermosas desde nuestro bautismo y todavía hay gente ciega que no quiere darse cuenta de ello. Conversando con un grupo de fieles, donde había sacerdotes y laicos, les decía: “muchos de ustedes no terminan de descubrir los regalos que Dios les hadado desde su nacimiento espiritual o bautismo, en su ministerio sacerdotal (para los sacerdotes), y su confirmación. Si ustedes descubrieran eso, y todos nosotros, veríamos las maravillas de Dios cada día, y el mundo sería mejor”.
Jesús, da una orden esperanzadoramente misionera: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos…y enséñenles a guardar todo lo que les he mandado”. (Mt.28,16-20). La Iglesia no sólo tiene como meta “subir al cielo”, también enseñar “cómo se sube al cielo”.
Jesús, entonces, sube al cielo, pero “deja la tierra” y “se queda en la tierra”. Suena contraria esta afirmación, ¿verdad? Subir al cielo implica que cada uno pueda poner su vida en manos de Dios, dejar las cosas de la tierra para revestirse de lo “alto”, para revestirse del Espíritu (no depender de ellas, o que ellas no sean un obstáculo para estar junto a Dios o hacer su voluntad). No nos dejemos atrapar por las cosas de la tierra, porque “seríamos esclavos de los deseos de la carne” (cf.Gal.5, 16-26). “Deja la tierra” porque quiere que la Iglesia continúe su misión: “hagan discípulos”. “Se queda en la tierra” porque ha prometido no dejarla nunca, que siempre estará hasta el final de la historia; y porque se hace realidad de que nos dará su Espíritu Santo (Pentecostés, es la fiesta del Espíritu Santo que celebraremos el próximo domingo).
Nuestra vida es muy corta, en algún momento nos tocará partir de este mundo. ¿Estaremos preparados para partir o me resisto? ¿Habremos ejercido la misión que Jesús nos ha mandado? ¿No será que mi falta de fe me ciega que mi vida le pertenece a Dios y por eso debo hablar y actuar conforme a su voluntad? Al final se nos va a examinar del Amor (cf.San Juan de la Cruz). Al cielo queremos llegar, esa es nuestra meta: ¿Te animas a ir al cielo?
Con mi bendición.