QUE VENGA TU REINO, SEÑOR

La tradición bíblica pone en debate la instauración de la monarquía pues se piensa que el rey humano entronizado puede olvidarse que existe sobre él, la soberanía de Dios que gobierna todas las cosas. Aún con todo esto, la corriente monárquica se fortalece y se encumbra la figura de David, el pequeño pastor de Belén, de la familia de Jesé, quien poco a poco emergerá como el elegido de Dios para convertir a Israel en un reino importante en la región. Luego de diversas correrías tratando de salvarse de la ira de su antecesor Saúl, asume el mando de las tribus del sur, pero a insistencia de los líderes tribales del norte, unifica todas las familias y clanes y es preconizado rey en Hebrón. La constante denuncia de los profetas hacia los reyes tendrá justamente como motivación la fuerte advertencia de que jamás se olvide que el verdadero rey es Dios, y que aquel debe gobernar buscando ante todo su voluntad.

La tradición paulina nos ha dejado esta composición poética hecha acción de gracias de la carta a los colosenses donde se afirma la acción redentora del Hijo de Dios por medio de su sangre; la vinculación con Dios Padre y su mediación en la obra creadora; su superioridad sobre toda realidad celestial, y su autoridad como cabeza de la Iglesia. Cristo es el primer resucitado y ha sido enviado por Dios para restaurar todas las cosas y reconciliar a los hombres consigo.

En el evangelio, escucharemos una de las estampas de la crucifixión de Jesús. Por un lado, el desafío de las autoridades religiosas judías que tientan a Jesús para que muestre su poder en medio de tormento salvándose a si mismo; a lo que se suma la burla de los soldados paganos proclamándolo el rey de los judíos y abrumándolo con el reto de que se libere del suplicio. Se cita además el letrero que se colocaba para dar a conocer la causa por la cual el condenado era crucificado, y en el caso de Jesús implicaba la presentación de su misión: “Este es el rey de los judíos”. Todo desemboca en el diálogo con los malhechores con quienes había sido crucificado. Uno sintoniza con las anteriores intervenciones desafiando a Jesús para que se salve y de paso los salve también a ellos. Pero el otro con decisión y sapiencia insta a su compañero a que busque más bien la aceptación de su culpa y el arrepentimiento oportuno. Más, su confianza en Jesús marca el derrotero de su destino: “Acuérdate de mí cuando llegue tu reino”. Jesús, como tantas veces, plantea la salvación como el acto sublime de Dios cuando el pecador arrepentido pide perdón por su pecado y acepta a Dios como único soberano de sus vidas. Por eso aquel malhechor experimentó la salvación en el presente de sus palabras y deseos y en el regalo maravilloso que le esperaba puesto que su corazón estaba bien dispuesto para recibirlo.

Solo pedimos a Dios que venga su reino, que nos siga regalando el don de la fe para tantos hermanos que vienen a este mundo, que podamos ser testigos de su reino con nuestras obras y palabras; y que aceptando esta soberanía de Dios nuestro Padre, ayudemos a otros a encontrar la motivación para seguir adelante con esperanza hasta encontrarnos todos allá en la salvación eterna que nos aguarda.

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