¡VEN, EMMAMUEL!
“Y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa, Dios con nosotros”. Ya está cerca la Nochebuena, una vez más el Todo se hace parte, el Inmenso se hace pequeño, el Fuerte se hace débil. Una de las grandes equivocaciones que tiene la humanidad es que se aferra a su propia convicción de poder lograrlo todo y se vale de todo aquello que le hace sentir seguro pero le hace perder de vista la necesidad de Dios. El rey Acaz había puesto su confianza en sus alianzas políticas y estratégicas para enfrentar a su enemigo invasor dejando de lado su confianza en la providencia divina. El profeta Isaías intenta hacerle reaccionar pero el rey ya ha decidido confiar más en su pretendido poder humano. Lo que no tenía en mente es que Dios ya decidió quién le dará ejemplo: su propio hijo, el heredero, la esperanza de Israel. En el hijo del rey Acaz, de quien está esperando la princesa, se vuelve a anunciar al pueblo que solo Dios es quien concede a Israel su existencia. Estamos ante la reafirmación de que Dios no olvida su promesa hecha a David, por eso aquel niño que está por venir debe llamarse Emmanuel (en hebreo: “con nosotros, Dios”).
La segunda lectura nos presenta el saludo inicial que abre esta larga carta a los romanos. Pablo no conoce a la comunidad de Roma. Está ansioso por llevar la Buena Nueva al occidente del mundo antiguo, pero para eso debe presentar sus credenciales de apóstol. Pablo ha seguido un proyecto y cree que es tiempo de plasmarlo entre los paganos del extremo occidental del mundo de entonces. Parte de una premisa fundamental: Cristo Jesús ha sido constituido en el Señor para todos los hombres a partir de su sacrificio redentor. Por eso, para la comunidad cristiana, en él se han cumplido las promesas que las Escrituras han señalado.
En el caso del evangelio de Mateo, el nacimiento de Jesús se da de forma portentosa pero intenta rescatar el rol de José, el patriarca justo. Aquel descendiente de David, acoge las buenas nuevas con esperanza y orienta su propia voluntad a la voluntad de Dios. José como los grandes patriarcas de la historia de Israel se pone en acción y cumple cabalmente lo revelado por el ángel. Una vez más, Dios se ha acordado de su pueblo; una vez más Dios ha entrado en la historia; pero esta vez de forma definitiva pues ha tomado nuestra naturaleza humana para poder llevarnos con él luego, al Reino de Dios. Ya es tiempo, hermano y hermana, de dejar tus seguridades humanas a un lado, que incluso nos lleva a justificarnos diciendo que “no queremos tentar a Dios”. Ya es tiempo, hermano y hermana, de aceptar la venida de un Dios que no solo quiere salvar a unos pocos sino a todos. Ya es tiempo, hermano y hermana, de convencernos que Dios ha tomado rostro humano y, aceptando esto, estamos llamados a cumplir la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres tengan acceso a la salvación eterna. Ya es tiempo de ponerse a la fila y a recibir con gozo a nuestro Salvador: “Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia Dios de Jacob”.