Queridos amigos
A una semana de la llegada de Jesús en Navidad, el evangelio (Mt 1, 18-24) nos presenta a José como el prototipo de lo que hemos de hacer para acogerlo y hacerlo crecer en nosotros y entre los nuestros. En las tres semanas anteriores, los responsables de mostrarnos el camino y de conducirnos al encuentro de Jesús, fueron los profetas Isaías y Juan Bautista. En esta ocasión es José, el casto esposo de María y padre adoptivo de Jesús. La clase de persona que fue José y el hecho de que su trato con Jesús tuvo que ver con su nacimiento y con su desarrollo, lo convierten en un guía privilegiado.
Porque el mismo Padre Dios lo escogió para ser el padre adoptivo de Jesús, es decir, su custodio y guía ante la ley y la vida. Ahora bien, si el Padre Dios confió su Hijo a José, cómo no habríamos de confiar nosotros en José para ir a Jesús. En concreto y por circunstancias especiales, que, según Mateo, habían sido previstas por los profetas, José, llamado “el hombre justo” (Mt 1, 19), es el responsable de que Jesús nazca en Belem, de que se llame Jesús (=salvador), de que lo lleve a Egipto para salvarlo de Herodes y de que, muerto éste, regrese a su patria y se afinque en Nazareth.
Dudo que los cristianos lleguemos a tener tantas situaciones difíciles y dudas sobre la fe en Jesús como las tuvo José. Por ejemplo, su perplejidad al ver en estado a su prometida María, a quien él tanto quiere y admira. ¿Cómo entender y solucionar la situación que se le presentó? Mateo nos habla de las pesadillas que tuvo José, de sus dudas entre denunciarla (para cumplir con la ley) y abandonarla (para no perjudicarla), etc. Sabemos cómo, a las finales, Dios Padre acude en su ayuda -(es lo que bíblicamente quiere decir que un ángel del Señor se le apareció en sueños (Mt 1,20)- , y le hace saber que el niño de su prometida María es obra del Espíritu Santo, y que puede llevársela a casa con toda confianza y hacerla su esposa.
Al casarse José con María empieza a ser parte activa del Plan Salvador de Dios. Es lo que nos viene a decir Mateo, quien a diferencia de Lucas, va a hacer partir su relato de la infancia de Jesús con la anunciación de un Ángel a José (Mt 1, 20-21). Encomiamos siempre y nos desafía el Sí maravilloso y generoso que, en la Anunciación, María dio a Dios. Debiéramos encomiar también el Sí maravilloso y esforzado que José dio a Dios. Encomiarlo y sentirnos desafiados por el mismo, ya que encierra la larga lista de responsabilidades que José tuvo que asumir para que María y Jesús realizasen su misión. Es por ello que la Iglesia nos lo propone hoy como ejemplo a seguir, empezando por imitar su espíritu de oración y su gran fe, todo un abandono activo en Dios.