PREPARAR EL CAMINO, ESO ES CONVERSIÓN
II Domingo de Adviento – Ciclo A
Ya terminó la primera semana de Adviento. Nos podemos examinar: ¿cómo hemos vivido esta semana? ¿Hay cosas, que quizás me distraigan de la centralidad del Adviento? ¿Sabes que Jesús está por llegar?
El profeta de la esperanza, como es Isaías, nos va presentando la llegada del Mesías. ¿Quién será ese Mesías y cómo sabremos que es Él y no otro?
El mismo texto nos da la respuesta: “Sobre él se posará el Espíritu del Señor. No juzgará por apariencias. La justicia será cinturón de sus cadenas” (Is.11,1-10). Siempre le asistirá el Espíritu Santo para obrar con justicia, para devolver la esperanza, para defender a los pobres, para “provocar” un espíritu de armonía y fraternidad, aún a pesar de las diferencias. Ese el Dios en quien creemos, en quien esperamos. Sabemos que esto es todo un reto: en medio de tantas injusticias que se cometen a diario, el Mesías viene a traer justicia; en medio de tanta desesperanza, viene el Mesías a poner la esperanza, por eso es que nos ofrece su salvación; en medio de tantas tinieblas, viene el Mesías como luz y salvación para todos.
San Pablo insiste en guardar la esperanza, ya que esta no defrauda: “entre la paciencia y el consuelo que nos dan las Escrituras, mantengamos la esperanza” (Rom.15,4-9). Yo sé que el Mesías viene, y esa tiene que ser, no sólo mi convicción, también mi fortaleza y consuelo. Se tiene que notar que estoy esperando al Salvador. El Mesías es servidor, es fiel es el que “acoge a los paganos para que alaben a Dios por su misericordia”. A veces podemos pensar que ya nada tiene sentido. Miremos a Jesús que viene con poder y viene a ordenar y dar paz y esperanza. Tener los mismos sentimientos de Jesús (cf.Filp.2,5), el Mesías es todo un reto hoy en día.
Aparece como nuevo personaje de Adviento, el precursor del Mesías, como es San Juan Bautista. Una de las cosas que caracterizaba a este personaje, es su ministerio profético. No se callaba cuando veía injusticias, pero también era capaz de vivir coherentemente con lo que predicaba y creía, que a veces eso nos falta. Su predicación giraba en torno a la conversión: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt.3,1-12). Adviento, si bien es cierto que es tiempo de preparación para la llegada de Jesús en la navidad, pero esta actitud debe comportar una conversión permanente. Conversión gira en torno a lo que nos cuesta superar, es un cambio rotundo, radical y permanente de nuestra vida.
Cuánta gente se excusa de no convertirse: “yo soy así y nadie me va a cambiar”, “así soy y así moriré”, “yo no necesito convertirme ya que yo no robo, no mato, no hago daño a nadie”, etc. Al ver la hipocresía de los fariseos y saduceos, Juan Bautista no se calló: “Raza de víboras. Den los frutos que pide una sincera conversión”.
Su sencillez y humildad, que caracterizaba a este gran santo y profeta, le llevó a reconocer que quien bautiza y salva y convierte es Dios mismo que es capaz de darnos el fuego de su Espíritu Santo: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan. Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Dejemos que el mismo Espíritu Santo toque nuestros corazones para que “encienda el fuego de su amor” en cada uno de nosotros en particular.
Preparemos nuestro corazón, nuestra vida misma para la llegada del Mesías. Preparar el camino, eso es conversión.
Con mi bendición.