Atención: ¡¡¡llega Jesús!!!
Una pareja de esposos, que pondremos por nombre Pedrito y Melita, tenían una tristeza que guardaban en su corazón: no podían tener hijos desde hacía varios años. Fueron a un médico y a otro, gastaron todo, hasta sus ahorros, pero sin resultado alguno. Una amiga común a ellos llamada Tinita, les habló de que cada día en su parroquia ocurría un milagro muy grande: el pan y el vino se convertían en Cuerpo y Sangre de Cristo cuando el sacerdote pronunciaba las palabras de Jesús. También les habló de la necesidad de confiar en él que siempre cumple lo que promete, que nunca les deja solos, que siempre les dará su paz si es que se lo piden con fe, y de que también puede hacer que esas lágrimas se conviertan en esperanza. Se quedaron con esa motivación. Pedrito y Melita se dieron tiempo para ir a su parroquia que la habían dejado hace muchos años, curiosamente desde aquella vez que se casaron. Fueron a la misa de su pueblo, casi tarde, ya para que el sacerdote empiece la santa misa. Cuando llegó el momento de la consagración, se recordaron de su amiga Tinita, vieron a Jesús y empezaron a llorar, no sabían por qué. A la semana siguiente, les tocó nuevamente una cita médica, pero para recoger los resultados médicos. Ese día Pedrito, esposo de Melita fue a recoger los resultados médicos, pero no quiso abrir el sobre, fue directo a casa donde estaba su esposa y ahí juntos recibieron la noticia: “están esperando un bebé, felicidades”.
Un tiempo nuevo (Adviento), un año litúrgico nuevo, y un mensaje puesto en una visión apocalíptica de Isaías: “Al final de los días estará firmemente establecido el monte de la casa del Señor. Hacia él confluirán todas las naciones” (Is.2,1-5). Adviento es un tiempo para estar anclados en Dios, fundados en Dios pero sin perder de vista que estamos llamados a compartir esa alegría de Dios en nosotros a los demás. Esa cercanía de Dios nos ayudará decirle a los demás: “Vengan, subamos al monte del Señor”. Subamos al monte de la gracia, al monte de la paz, al monte de la alegría y de las ganas de vivir, subamos al monte de la esperanza. Eso ayudará para que de las “espadas se forjen arados”, en una palabra, nos convirtamos de corazón.
Adviento es un tiempo de conversión y tiempo para experimentar la salvación de Dios en nosotros: “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer” (Rom.13,11-14). Aunque la “noche” pareciera que avanzara, estamos llamados a vivir en la luz: “dejemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz”. Aquella pareja de esposos, de la historia, no se quedaron en la “noche” (simbolizado en la eterna tristeza por no tener hijos), sólo avanzaron a la luz, que es Jesús. Un reto permanente: estar en Cristo, vivir en Él y para Él. Adviento es un tiempo para dejar las tinieblas y revestirnos de la luz.
Una llamada grande para este tiempo de adviento: “Estén, pues, VIGILANTES, porque no saben qué día vendrá su Señor” (Mt.24,37-44). La espera, en este tiempo de adviento, es una espera dichosa, con la gran esperanza que siempre sabremos que Dios vendrá; y lo hará para ofrecer una vez más su salvación, su amor y su gracia para luego de dejarnos tocar por él podamos anunciar a otros que también llega para ellos. “Estén preparados” es el pedido de Jesús en este día. Estar preparados implica: estar atentos, saber discernir lo que es de Dios y lo que no, estar cimentados en la fe a pesar de las pruebas, etc.
Aquella pareja de esposos de la historia recibió la mejor de las noticias: “están esperando un bebé, felicidades”. Esa noticia: fortaleció sus vidas, su fe y su alegría y sus ganas de vivir, y pudieron renovar la esperanza en Dios. No se sintieron solos, Dios siempre estuvo con ellos.
Adviento es un tiempo para decir: Atención: llega Jesús y lo celebraremos en la Navidad.
Con mi bendición.