Hermanos:

Comenzamos un nuevo tiempo litúrgico, aquel que nos prepara para la Navidad: el tiempo de Adviento. En los días que vienen, notaremos ciertos cambios en nuestras celebraciones litúrgicas. Por ejemplo, los altares lucirán más sobrios, sin tantas flores; también dejaremos de cantar el himno del Gloria hasta la noche de Navidad; pero quizás lo más notorio sea el color que se pondrá de moda durante estos días: el morado. Durante todo el Adviento, los sacerdotes se vestirán de morado para las misas y quizá también los manteles de nuestros altares. Igual se hace en el tiempo de Cuaresma previo a la Semana Santa, y esto se debe a que el color morado, dentro de la liturgia de la Iglesia, se usa para resaltar que se está viviendo un tiempo especial de reflexión, oración y penitencia. Sin embargo, hay que dejar en claro que, aunque en Cuaresma y Adviento se use el color morado, ambos tiempos no son iguales. Las motivaciones de ambos momentos son distintas, aun cuando en los dos se invite a una mayor reflexión y oración. ¿Cuál es esa diferencia? Para saberlo, debemos tener en claro qué es el Adviento, y las lecturas de este domingo nos ayudan en este propósito.

El evangelio de este domingo lleva en sí las características principales de este nuevo tiempo litúrgico. Quizá por eso se lee en el primer domingo. Esta lectura pertenece a la sección del evangelio de san Mateo que los biblistas llaman “discurso apocalíptico” (capítulos 23, 24 y 25). Lo llaman así porque, según el orden de este evangelio, es el discurso final de Jesús y en él se dedica a explicar cómo debe vivir su comunidad en espera del “final de los tiempos”. Dentro de este contexto, Jesús asocia ese “final de los tiempos” con la venida del Hijo del Hombre, que es él mismo. Dice el evangelio: “La venida del Hijo del Hombre recordará los tiempos de Noé” (Mt 24,37). Esta frase nos sugiere que hay una similitud entre este “final de los tiempos” y lo que sucedió en tiempos de Noé. Recordemos que, según el Génesis, en tiempos de Noé había tanta maldad que Dios decidió arrasar con todos; entonces vino el diluvio y todo ser vivo que existía sobre la tierra murió, excepto Noé y su familia, porque fueron considerados justos a los ojos de Dios (Cf. Gn 7,22-23). Después del diluvio hubo un nuevo comienzo, esta vez sin maldad en el hombre. Cuando Jesús en el evangelio compara la venida de Hijo del Hombre con lo sucedido en tiempos de Noé, es para indicar que ese “final de los tiempos” en realidad es el comienzo de algo nuevo y mejor. Para nosotros los cristianos, la Navidad (la llegada del Hijo del Hombre), es un “comenzar de nuevo”, es una oportunidad que nos da Dios de iniciar una mejor manera de vivir, esta vez sin darle sitio a la maldad.

Sin embargo, no todos los seres humanos están preparados para ese inicio. Siempre habrá alguien para quien la Navidad es un día más. Eso está advertido en el evangelio de hoy: “De dos hombres que estén en el campo, uno será tomado y el otro no; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra no” (Mt 24,40-41). Para gozar de ese tiempo nuevo que hay que estar preparados. El Adviento, precisamente, nos prepara para que nosotros estemos entre aquellos que comenzarán una nueva vida en la Navidad.

El grito central del evangelio de este domingo es “¡estén despiertos!”, porque la característica principal del Adviento es la espera, pero no una espera inmóvil que invite al sueño o al relajo espiritual, sino una espera ansiosa, atenta o vigilante. Por eso la invitación de Jesús: “Estén despiertos, porque no saben en qué día vendrá su Señor” (Mt 24,42). Esta es, precisamente, la diferencia que existe entre la Cuaresma y el Adviento: mientras la Cuaresma es un tiempo de reflexión donde predomina el dolor por la muerte de Jesús, el Adviento es un tiempo de espera de algo nuevo, de algo mejor, que genera expectativa. En Adviento, mientras se espera la llegada del Señor, se reflexiona sobre ese nuevo comienzo y sobre lo que cada ser humano debe hacer en su vida para ser contado entre aquellos que participen de él.

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