Somos hijos amados de Dios

El párroco de un pequeño pueblo, organizó una reunión. En ella invitó a: gente de su parroquia, a personas que no estaban en ningún grupo parroquial, a personas que nunca se les había visto ni en el pueblo (porque casi nunca salían de su casa) ni en la parroquia. Todos quedaron impresionados, porque ese cura de pueblo no hablaba nada durante una semana ya que con un grupo pequeño de personas allegadas tapó el auditorio grande de su parroquia, no quería que nadie les moleste. Había mucho hermetismo, mucho se especulaba: “¿qué estará tramando ese sacerdote?”, “¿qué querrá conseguir con tanto silencio?”, “¿por qué habrá ocultado ese auditorio?”, “nos preocupa su actitud”…

Aquel grupo pequeño de fieles que estaban trabajando en silencio con ese sacerdote tenían varias tareas: unos ayudando a adornar festivamente ese auditorio, los otros buscando por unos libros los nombres de todos los que se habían bautizado en ese pueblo pequeño para darles en un papelito la fecha de su bautizo, el nombre del sacerdote que les bautizó y el nombre de su padrino y madrina. Quedaba un detalle especial: al terminar todos su propia tarea a alguien se le ocurrió decir “¿Por qué no colocamos en la pared central un dibujo de Jesús que señala con sus manos la frase TÚ ERES MI HIJO MUY AMADO, MI PREDILECTO?”. Todos aceptaron esa propuesta. Y como ya se había determinado la fecha de la fiesta, se abrieron las puertas de ese auditorio: un grupo de personas entregaba a cada uno de ellos sus nombres con los datos de su bautizo, pero que resaltaba la fecha de su bautizo y el otro grupo estaba con instrumentos musicales y parlantes para empezar a celebrar la fiesta del bautizo de cada uno. El cura cumplió su objetivo: que todos celebren su cumpleaños espiritual.

Isaías ya marca la pauta de nuestra reflexión: “Miren a mi siervo, a quien sostengo; MI ELEGIDO A QUIEN PREFIERO. Sobre Él he puesto mi espíritu” (Is.42,1-4.6-7). Cada uno en particular ha recibido de Dios mismo algo especial que todavía no tomamos conciencia: la gracia de ser SUS ELEGIDOS, ¿te has dado cuenta de ello? El bautizado es un elegido a quien Dios prefiere, a quien Dios sostiene con su misericordia.

¿Entenderemos siempre que Dios nos ve a todos iguales porque nos ama?: “Ahora comprendo que Dios no hace distinciones; acepta al que lo honra y obra rectamente, sea de la nación que sea” (Hch.10,34-38). El amor de Dios no hace distinción de nada.

Somos siempre los ungidos por el espíritu, porque al ser bautizados Dios nos ha regalado esa gracia que muchas veces la rechazamos o la cuestionamos. Es claro el mensaje del precursor del Mesías: “Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc.3,15-16.21-22). Sabemos la doctrina que por el bautismo: somos hijos de Dios, miembros de la Iglesia, somos sacerdotes – profetas y reyes, y de manera particular Dios nos ha regalado en semilla la gracia de ser SANTOS. ¿Alguna vez le diste gracias a Dios por ser bautizado-a?, ¿sabes la fecha de tu bautizo?, ¿Por qué siempre se celebran los cumpleaños o los natalicios y por qué no se celebra de una mejor manera el día que Dios nos ha bautizado?

Cada vez que alguien se bautiza, se repite el mismo grito del río Jordán: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

Dios nos prefiere a todos, Él se pasa de bueno mirándonos con cariño (cf.Jer.31, 3). Tenemos la dicha de gozar de la gracia de Dios en nosotros, que muchas veces la perdemos por el pecado que cometemos a diario.

Que todos sepamos valorar el sacramento del bautismo, el cura de pueblo de la historia, tenía la intención de que todos sus feligreses valoren que el día que fueron bautizaron Dios les marcó para siempre con el sello de su amor. El día que Dios nos ha bautizado ese día empezó un camino de santidad en nuestra vida, el cielo se abrió para regalarnos la bendición de ser hijos e hijas de Dios. ¡Qué gran dicha! ¡Qué gran regalo!

Todos somos hijos amados de Dios por el Bautismo!!!

Con mi bendición.

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