ESCUCHEMOS AL HIJO AMADO
Tú, yo y todos somos testigos de que hay, en el mundo, “mucho ruido”, mucha gente va muy deprisa que hasta se caen, otros parecen como “absortos” escapándose de la realidad que viven, otros caminan como si fueran “esclavos” del celular (como si su vida dependiera exclusivamente de este medio de comunicación) y no quieren relacionarse con los demás de manera natural y no cibernética, etc. ¿No será con todo esto que no queramos hacer un “alto” en la vida para pensar cómo estamos o si caminamos por un buen rumbo?
Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor.
Jesús, toma una actitud que para muchos puede sonar a “selectiva”. De los 12 Apóstoles sólo escogió a tres de ellos (Pedro, Santiago y Juan). Los prefirió, los llamó por sus nombres: “Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan” (Mt.17,1-9). El lugar que escogió fue muy particular: “UN MONTE ELEVADO”. Es bueno saber o recordar que monte o montaña puede significar en la biblia: lugar de la cercanía de Dios, lugar de las grandes decisiones de Dios, lugar de las grandes manifestaciones de Dios.
Se fueron afuera de la ciudad, lejos del ruido, y de todo tipo de preocupaciones. El objetivo fue más que claro: “se transfiguró delante de ellos”. El creyente, el discípulo, necesita siempre escuchar a Dios, a su maestro. El ruido “del mundo” no ayuda, estar pendiente de algo que te quita la paz, tampoco ayuda, etc. El hacer un alto en nuestra vida, es ponerla como EN UN SEMÁFORO EN ROJO. Los que sabemos conducir un vehículo y creo que todos en general nos damos cuenta que cuando vemos un semáforo en rojo, es para detenerse, y hacerlo YA (pronto) antes de que sea demasiado tarde.
Cuando uno detiene su vida, la mira, la revisa, la pone como en una especie de película o de teatro. Mirando lo que está bien y lo que no está bien, mirando a ver si lo que hago, digo, pienso, siento y proyecto, corresponde al plan de Dios o no.
Jesús resplandeció. Se presentó como luz, esperanza, y salvación que necesita nuestra vida. Cuando alguien se acerca a Dios, necesariamente su vida se vuelve distinta, cambia, lo notan todos, incluyendo el que menos pensamos. Cuando te encuentras con Dios, no puedes hacer otra cosa que hablar de Él, es imposible no hacerlo. ¿Acaso me voy a callar con tantas maravillas que hace Dios? Razón tiene Hechos 4,20 cuando dice que: “no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”. “Pedro dijo a Jesús: Señor qué bien estamos aquí”.
El Apóstol nunca está solo en esta tarea de ser portador de esperanza, de fe y de amor. Pero Dios le hace recordar que a quién tiene que escuchar es al que sigue: “Este es mi Hijo, muy amado, escúchenlo”. Me tengo que preguntar siempre: ¿a quién presto oídos últimamente? ¿Realmente pongo mis oídos en Dios que me habla cada día o no deseo escucharle? ¿No será que esté escuchando cosas que me quiten la paz y me confundan en la fe? Cuidado con prestar oído a aquellos que me alejan de Dios, de la Iglesia y de la caridad fraterna con los demás.
Otro oído que sí debe prestar el discípulo, y que debe ser como campana que te “aturde” es: “LEVÁNTENSE, NO TENGAN MIEDO”.
Nada ni nadie me tiene que apartar de Dios mismo (cf.Rom.8,35-37). Como discípulo estoy llamado a cerrar mis oídos a lo malo y abrirlo a lo bueno. Nadie me puede obligar a lo contrario, no estoy en la obligación de obedecerle ya que de por medio se está jugando mi propia salvación.
Tarea: escuchemos siempre al Hijo Amado.
Con mi bendición: