Como ya es tradicional en la Iglesia, después del nacimiento del Hijo de Dios, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. No podía ser de otra forma ya que María, José y el Niño, que protagonizan estos días navideños, son modelo y ejemplo de vida para todos los hogares cristianos.
El relato del evangelio de San Lucas, que leemos en el día de hoy, nos presenta el conocido pasaje de la presencia de Jesús en el templo junto con sus padres y la responsabilidad que va adquiriendo para ejercer su misión como Hijo de Dios. El Señor no se pierde propiamente en el templo sino que, más bien, va descubriendo que debe hacer la voluntad de su Padre Dios anunciando la palabra y mostrándose con la autoridad que proviene de Dios y así sus padres, poco a poco, tienen la posibilidad de intuir la misión que su Hijo tiene en la instauración del Reino.
Jesús, como cada uno de nosotros, vivió gran parte de su vida en un ambiente familiar. Durante treinta años permaneció “en una vida oculta” de preparación para desarrollar posteriormente el ministerio que Dios le encomendó: instaurar el Reino de Dios en medio de los hombres. Fueron años de sacrificio, abnegación, obediencia, comunicación y oración. “La calidad de la vida familiar” no estribaba en satisfacer las necesidades económicas sino en el calor del hogar y la felicidad que ofrece el amor cuando hay aceptación mutua y exigencia en las funciones que cada miembro debe desempeñar. En la humilde familia de Nazaret descubrimos la aceptación de la voluntad de Dios; el cultivo de la fe en la familia; la superación de las dificultades asumiendo el sufrimiento como pruebas de amor; el apoyo interpersonal para crecer todos en la unidad aun dentro de la diversidad de funciones.
“El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lc. 2,40). Educar es acompañar a recorrer el camino de la propia realización personal desde la libertad y responsabilidad de cada uno. El proceso del proyecto personal es ser uno mismo para afrontar las decisiones con madurez. Así fue educado Jesús y en la escuela de Nazaret recibió la base fundamental del comportamiento en su edad adulta.
Pareciera que en los momentos actuales la familia de Nazaret resultara utópica, imposible de concretar en nuestros propios ambientes. Sin embargo es una noble aspiración a la que debemos tender. Los hombres y mujeres de nuestros días están necesitados de experiencias fundamentales de amor y la familia es el marco privilegiado para vivir esa experiencia de amor amistoso, gratuito y confiado.
La familia de Nazaret es todo un ejemplo cristiano para revalorizar nuestra vida en el hogar y para ser fermento de amor en la sociedad donde vivimos.