Desde el Concilio Vaticano II, la liturgia ve en el evangelio de hoy (Lc 2, 22-40), la Presentación de Jesús en el templo. Sin duda, porque es el acontecimiento más importante, entre los varios que en él se mencionan. En efecto, es el Señor en persona quien entra en el templo y toma posesión del mismo, cambiándolo todo y trayendo un nuevo culto a Dios. Según la Torah (Ex 13, 2; Num 18,15), “todo varón primogénito será consagrado al Señor”, sólo que, en este caso, ¡Jesús es el Señor…! Por vez primera en la historia del templo y de la religión judía, lo más importante ya no es el santuario con el santa santorum sino el Señor en persona, quien toma posesión del templo y busca adoradores en espíritu y en verdad… (Jn 4, 23). Su presencia llena el templo de resplandor nuevo.
Imitando a María que presentó a Jesús en el templo, hoy muchas mamás van a las iglesias llevando en sus brazos a sus bebés para presentarlos al Señor. El sacerdote bendice a las mamás y a los niños, mientras estos son elevados y presentados a Dios en ofrenda. ¡Qué hermosas ofrendas! ¡Y qué profundos y bellos sentimientos, los de las mamás: de gratitud, de petición de ayuda, de alegría…, de ofrecimiento a Dios para que lo haga su sacerdote! Ciertamente, esta fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, es una buena ocasión para que las mamás presenten al Señor a sus niños. Pero sin olvidar que la presentación real y más hermosa es cuando los papás llevan a sus niños al bautismo, que debiera ser lo antes posible y sin que la elección de padrinos sea una rémora. En el bautismo, los niños no sólo son presentados a Dios, sino que se hacen realmente hijos de Dios Padre, hermanos de Jesucristo y Testigos vivos del Espíritu Santo.
En el evangelio se habla también de la purificación de María y del rescate del niño Jesús, ambos exigidos por el Levítico (12, 4 y 12, 8), pero para nosotros hoy eso sólo tiene un valor de testimonio y de referencia. El testimonio de que José y María fueron fieles cumplidores de la ley, aún en cosas que no les incumbían, y de que se consideraron pobres, pues sólo pudieron ofrecer de rescate por el niño un par de tórtolas. La referencia es a dos ancianos personajes, Simeón y Ana la profetisa, que, de algún modo, representan lo mejor de la expectación mesiánica al nacer Jesús. Ambos estaban en el templo cuando los padres de Jesús llegaron con el niño. Ana no se cansó de hablar de él a la gente. Simeón, por su parte, alabó a Dios con un hermoso himno conocido como el Nunc dimittis y dio a María y Jesús una bendición profética (Lc 2, 28-35), que les atravesó el alma como una espada.
La Fiesta de la Candelaria, que desde hace 17 siglos, celebra también hoy el pueblo de Dios, tiene mucho que ver con el Nunc dimittis, en el que el anciano Simeón llama al niño Jesús Luz de las Naciones… Luz del mundo, se llamó a sí mismo Jesús en alguna ocasión (Jn 8, 12). Poco a poco, esta imagen de Jesús Luz, y de Jesús Luz en los brazos de María, fue calando en el Pueblo de Dios, que empezó a ver y llamar a María Ntra. Sra. de la Luz (= Ntra. Sra. de la Candelaria o simplemente La Candelaria). Una candela o vela encendida llegó a ser para los devotos y fieles el símbolo de su amor a María con Jesús Luz (la Candelaria), siendo miles los que la honran y celebran, en muchos casos con sus costumbres típicas. Antes, estas candelas son bendecidas en una emotiva Bendición y Procesión de las Candelas, las que luego cada uno lleva a casa como signo de bendición. Alguien ha dicho que en vez de ir hoy al templo llevando una vela para su bendición, habría que ir llevando y mostrando la Constitución de la Iglesia Luz de las Gentes (LG)