Nunca estamos solos, nunca
¿Alguna vez te has sentido solo-a?, ¿cómo te has sentido?, ¿sentiste alguna vez que Dios se “alejó de ti” o que nunca te escuchó?, ¿qué pensaste o sentiste? Para muchos es terrible sentirse solo, abandonado. Crea una sensación de que “el mundo se acaba”, “o que ya nada tiene sentido”, o en otros casos “que no vale la pena vivir”.
Pero te hago saber que no es así. Nadie debe sentirse solo, ni lo debe proclamar, ni familias, ni pueblos, ni naciones. El pueblo de Israel se sintió siempre acompañado, y nunca solo: “¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú y pudo sobrevivir?” (Dt.4,32-34.39-40). No podemos creer en un Dios que se olvida de su pueblo, no sé qué dios es ese. Hay un único Dios verdadero: el que hizo todo cuanto existe y lo hizo y lo hace bien. Ante esta hermosa afirmación, debe haber un compromiso de obedecerle: “Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios…y no hay otro. Observa los preceptos y mandamientos que hoy te prescribo”.
Este Dios en quien creemos, es aquel que nos anima para relacionarnos con total amor filial por eso: “nos hace llamarle abba, es decir Padre” (Rom.8,14-17). Él es nuestro Padre, y nosotros hijos. Tarea para el creyente: afianzar más esa relación filial y que eso se note en nuestro diario vivir. Que los demás vean en nosotros, que Dios que es Familia de Amor, habita en nosotros.
Debemos siempre gritar a los cuatro vientos que nunca estamos solos. Que cada vez que nos levantamos, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo nos acompaña; cada vez que dormimos, cuando nos caemos o levantamos, siempre está ahí, cuando pasamos por un templo, capilla o catedral Él siempre nos espera, por eso nos persignamos; en cada gesto de amor ahí está; en cada obra en bien de los pobres, está, etc.
Jesús antes de subir a los cielos, a los once les da una misión: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo…” (Mt.28,16-20). Pero el Apóstol, el creyente y el que no lo es, nunca está solo, es la misma Familia de Amor, es la SANTÍSIMA TRINIDAD LA QUE NOS ACOMPAÑA. Y la promesa es grande y de salvación: “sepan que YO estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Más fe, más confianza, más apertura debemos tener con Dios. Invocarle con un sencillo gesto de amor y de fe y decir: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, para luego con un profundo amor y lleno de fe pueda yo mismo responder: AMÉN que significa, así sea, así lo creo.
Recuerda una vez más: eres hijo-a y muy amado del Padre que abraza y bendice y que es Creador; del Hijo que muere y resucita por salvarnos y se ha quedado en cada Eucaristía; y del Espíritu Santo que Santifica cada palabra, cada gesto, cada corazón para llenarlo de tal manera que lo podamos compartir a otros y que está cuando le invocamos con fe y humildad. Te animo para que lo invoques siempre donde estés y con quién estés.
Nunca estamos solos, nunca!!! Con mi bendición del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.