Queridos amigos
Hoy quiero hablarles de una Persona Maravillosa, así con mayúsculas, que tiene harto poder e influencia, pero que, por su modestia y discreción, nadie lo creería. Es además superagradable y su trato dignifica y enriquece. Uno quisiera estar siempre a su lado, pues es como fuente del mayor consuelo. Es descanso en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. ¿Han adivinado quién es la Persona a la que me refiero? …Así es: ¡el Espíritu Santo!
Hoy son muchos los que han oído su nombre y hablar de Él, pero son pocos los que lo invocan a diario -¿y ustedes sí?- , y menos los que se ponen por entero a su disposición, para ser con Él testigos de Jesús Resucitado (Jn 15, 26-27). ¡Qué pena!, se nos ocurre decir. Pero esto no es sólo una pena sino una desgracia, una terrible desgracia. Porque el Espíritu Santo es todo lo que tenemos, es cuanto el Padre Dios y el Hijo Jesucristo nos han dejado para continuar su obra en el mundo. O entramos de lleno en el tren del Espíritu y seguimos adelante (construyendo la historia con Él) o se nos pasa el tren y quedamos varados en la estación (vegetando pobremente).
Estamos en el Tiempo o Era del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, uniéndolos en el amor y continuando su obra .en el universo. En efecto, cuando decimos que el Creador descansó al Séptimo día, lo que estamos diciendo es que su Espíritu lo relevó (tomó el relevo) en la conducción del universo y de la historia. Y cuando decimos que Jesucristo, terminada su obra, subió al cielo, lo que estamos diciendo es que el Espíritu Santo lo relevó (tomó el relevo) de su Misión Santificadora y Salvadora en el mundo.
Todo ha sido puesto a disposición del Espíritu, quien es el que lleva adelante la obra de Dios Padre y de Jesucristo. Y lo grande es que, por voluntad del Padre y de Jesucristo, la lleva a cabo contando con nosotros. (Jn 16,14), constituidos en Iglesia. El Padre Dios y Jesús continúan como modelo y fuente, pero es al Espíritu Santo a quien le toca trabajar y administrar “los materiales” que Ellos dejaron (la creación del Padre y la Redención del Hijo con su enseñanza, ejemplos, sacramentos, etc.), hasta completar la obra. Lo que hace, principalmente por medio de la Iglesia, que Jesucristo fundó (Mt 16, 18-19).
Como rezamos en la última parte del Credo, corresponde al Espíritu Santo cuanto se refiere a la Iglesia, a la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna…¡Ven, Espíritu Santo, ven!