Queridos amigos:
Iniciada la Cuaresma -esos 40 días de Retiro de Jesús y nuestro- les sugiero vivirla con el Espíritu Santo. Así lo hizo Jesús (Mc 1,12-15), y así debiéramos hacerlo nosotros. Iniciarla, acompañarla y terminarla, con el Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu, que como si fuera una paloma, entró en Él, en la epifanía del Jordán, mientras su Padre Dios lo proclamaba su Hijo amado (Mt 3,16-17). En vez de entrar a la Cuaresma dispuestos a hacer cada día una lista de oraciones, penitencias y caridades, les invito a entrar sencillamente como lo hizo Jesús: animados y llevados por el Espíritu. Para el evangelista Marcos, que nos relata la Cuaresma de Jesús, eso fue lo más importante.
Por su parte y abundando en el tema, el evangelista Lucas nos dice que el Espíritu no sólo llevó a Jesús al Retiro en el desierto, sino que estuvo con Jesús en cuanto allí El hizo (Lc 4,1): su oración y penitencia, su decisión de ser el Mesías profetizado y no el soñado por las autoridades y el pueblo, su rechazo de las tentaciones y del diablo… Hasta que, vencedor y presto a desempeñar su rol de Mesías, el mismo Espíritu lo llevó con su poder a Galilea (Lc 4,14). Qué bueno si este año en vez de proponernos hacer tantas cosas en la cuaresma, nos ponemos a disposición del Espíritu y nos dejamos conducir por él..
Como Jesús, debiéramos empezar, continuar y terminar la Cuaresma llenos del Espíritu, más que de nosotros mismos. Sólo con sus luces y fuerzas llegaremos más fácilmente a Dios (experiencia de fe y de oración), entraremos en un mejor contacto con nosotros mismos y con nuestros prójimos (experiencia de la Ley de Oro del evangelio: hacer a los otros lo que queremos que ellos nos hagan a nosotros), y nos conformaremos más a Jesucristo (experiencia pascual), hasta ser resucitados en la Pascua por el Espíritu, como resucitó al Señor (Rom 8,11). Entonces nos sentiremos discípulos misioneros de Jesús e iremos por todas partes anunciando al Señor y estableciendo su Reino. Es lo que Él hizo después de su Cuaresma (Mc 1,15; Lc 4,14)
Antes, buscando siempre desde el Espíritu la voluntad del Padre Dios, Jesús tuvo que resolver algunas dudas y tomar las decisiones correspondientes. Por ejemplo la de dejar Judea e iniciar su evangelización en Galilea…, si el asunto que Juan se traía entre manos -el non licet a la amante de Herodes-, terminaba mal, como terminó (Mc 6, 14-29). Y esta otra, sin duda mucho más importante: presentarse como Mesías, pero sin poder político ni social ni eclesial. Sólo como Hijo del Hombre, que, con su compasión, revela el amor que el Padre nos tiene.