“Velad porque no sabéis ni el día ni la hora”

 

Sólo el que teme o ama espera y su esperanza engendra nerviosismo, preocupación, activismo del cuerpo y del alma. No esperamos sentados e indiferentes ante un acontecimiento decisivo para nuestras vidas. Buscamos cómo escapar del castigo o como agraciar al amado que llega. Preparamos nuestra defensa o alimentamos nuestro corazón. ¿Qué pasaría si de improviso llegara el juez y nos encontrara con las manos manchadas y sin defensa? ¿Qué pasaría, si por inconscientes y despreocupados, llegara el amado y nos encontrara dormidos o disfrutando de una fiesta a la que él no había sido invitado?

Para el que ama, la espera es un grito constante de ilusión, de gozo, de entusiasmo adelantado por la llegada del amado. Es el amor, esperanza de un mañana pleno de felicidad compartida, el que le hace vivir, el que le hace soñar despierto, el que le hace estar siempre preparado para que cuando llegue el amado pueda fundirse en un mismo abrazo, sentarse a una misma mesa, disfrutar de una misma fiesta, gozar de un mismo amor.

El verdadero creyente, el verdadero amigo del Señor, no es aquel que espera temblando, dormido e indiferente, su llegada; es aquel que vive en esperanza, compromiso real y eficaz de amor y fidelidad al amado. Es aquel que mantiene siempre viva la luz de la esperanza. La espera del Señor que llega es un grito de esperanza y de compromiso para nuestra vida. Es un grito a nuestra conciencia, muchas veces dormida. Es un grito a nuestras manos, muchas veces vacías. Es un grito a nuestros pies, muchas veces manchados por el barro de otros caminos. Es un grito a nuestro corazón, muchas veces insensible a su amor. Es un grito a todo nuestro ser, muchas veces preocupado por otras esperas, por otros compromisos, por otros amores.

La espera al Señor que llega es un grito de compromiso para nuestras vidas: velad y orad. Velad y escuchad la oración de Dios y de nuestros hermanos. Velad y caminad. Velad y trabajad. Velad y construid. Tened los ojos y los oídos abiertos. Extended las manos. Abrid el corazón de par en par. Escuchad. ¿No oís al que se acerca? Salid a su encuentro. No lo dejéis pasar. Seguidlo. Entrad con él en su casa y disfrutad de la fiesta.

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