PERDÓN EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
La Pasión según san Lucas tiene algunos matices que nos pueden ayudar a la reflexión en este domingo y en esta semana. El memorial de la Cena del Señor se convierte en la pasión hecha liturgia, asumiendo el rito de bendición de la mesa de la fiesta de la Pascua judía. Con la entrega de su cuerpo y de su sangre a sus apóstoles es anticipado el acontecimiento redentor en la cruz. Pero el evangelista ha querido añadir algo importante a este memorial: la identidad de la comunidad de los discípulos de Jesús debe caracterizarse por el servicio. Otro aspecto importante es la búsqueda de Jesús de la fuerza de la oración en el momento más difícil de su vida. Esta oración es intensa y es la absoluta disposición del corazón de Jesús a cumplir la voluntad del Padre. Una cuestión interesante es la acusación que se le hace ante Pilato: una serie de injurias y calumnias. La pasión de Lucas es la denuncia de un sistema religioso y judicial injusto, basado en la mentira y la difamación. Jesús es un inocente que paga las consecuencias de ser envidiado por su entorno. Las autoridades civiles, tanto Herodes como Pilato no encuentran motivos para la pena capital, pero la insistencia y el peligro de soliviantar las masas hace que se condene a un hombre injustamente. La cobardía que lleva a “salir del paso” a costa de una vida se hace presente. Y, finalmente, quizá lo más característico de esta pasión es la misericordia que se desprende de los labios de Jesús. Él necesita ser consolado, pero termina consolando a las mujeres de Jerusalén, símbolo del dolor humano de quienes lloran por las injusticias de este mundo. Él sufre por ser crucificado y ofrece su perdón a quienes lo han clavado en aquel madero. Él es injuriado por uno de los malhechores crucificado con él, pero el otro sale en su defensa aclarando su inocencia, llevándolo a pedirle ser admitido en su reino; y Jesús le promete el paraíso. La muerte ensombrece aquel lugar y parece que el drama de la cruz es más fuerte que la entrega de la vida de Jesús, pero Él no hace caso a las tentaciones de quienes piden un prodigio y se encomienda al Padre ofreciendo su último hálito de vida. Esta pasión concluye con el silencio de los preparativos del sábado. Sus seguidores están lejos, pero están citados como dando a entender que se aferran a una esperanza. Hoy queremos aferrarnos a esa misma esperanza. Jesús ha sido una víctima inocente y hoy muchos gritan de la misma forma. ¿Qué hacemos para que desaparezca este grito en la humanidad? La entrega de Jesús no ha sido en vano, ¿podemos entregarnos nosotros también para cambiar esta realidad de injusticias y de muerte? La víctima ofrece su perdón a sus verdugos. Pero es esta víctima, Jesús; y lo ha dado todo para que no haya más víctimas. ¡Basta ya de violencia! ¡Basta ya de dolor! ¡No podemos seguir así! Muchos hombres hoy mismo se unen al salmista en su grito de desesperación. “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; pero firmes en su fe y confiados en la reivindicación verdadera, la que hará Dios, concluyen su oración sincera con el mismo salmista: “Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”. Aprovecha este tiempo que nos ofrece la Iglesia: es tiempo de salvación, es tiempo de la misericordia, es tiempo de perdón, es tiempo de cambiar, es tiempo de “temer a Dios” (respetarlo), es tiempo de entregar la vida. Es tiempo de Semana Santa.