Jesús quiere dejar claro en el evangelio de hoy que no ha venido al mundo para abolir la Ley sino para darle la justa y adecuada interpretación ya que, con el correr del tiempo, algunos legisladores habían perdido su verdadero sentido.
El Señor insiste en la práctica de los valores del Reino, la justicia, la verdad, la paz y sobre todo el amor, como garantía fundamental y camino adecuado para vivir en fidelidad la relación hombre-Dios y la fraternidad universal. Estos valores, el empeño por conseguirlos y vivirlos en nuestro ambiente, no tienen sustitución ni comparación con las leyes humanas. Jesús quiere que superemos la casuística de la ley, la justificación de unas prácticas por meros cumplimientos y nos centremos en la vivencia del amor para vivir sin barreras y en plenitud.
Para Jesús, las acciones del hombre no tienen valor si no proceden del corazón. La interioridad, la sinceridad de vida, la transparencia es lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios y de los hombres. Jesús no trata de destruir la ley ni intenta suavizarla permitiendo una conducta moral más llevadera o relajada. Jesús da a la ley su verdadero sentido. La perfecciona. La lleva a su total y cabal cumplimiento e interpretación. Cambia la jerarquía de valores y nos indica que lo menos importante (acciones externas de cumplimiento) debe estar subordinado a lo más importante: la justicia, la misericordia, el corazón. Los mandamientos de la ley no se detienen en la acción externa sino que comprometen a la persona desde la raíz.
Las exigencias de Jesús nos conducen a un tipo de vida más auténtica que la de los fariseos. Son una llamada al interior de nuestra conciencia. Nos revelan el pensamiento de Dios de una manera tan nueva, que nuestro corazón se ve tocado hasta en lo más íntimo y profundo.
En realidad, este evangelio, nos orienta hacia una conversión profunda y hacia una priorización del amor a Dios y a los hombres por encima de ciertas prácticas que, aun siendo buenas, no justifican ni mucho menos suplen el sentido de un proceder verdaderamente cristiano. Quien se sitúa en el amor de Dios cumple fácilmente todos los preceptos y practica con gozo todas las virtudes.