EL PEDIDO DE JESÚS: PERMANECER EN SU AMOR

¿Alguna vez has recibido un regalo?, ¿te recuerdas algún regalo especial?, ¿quizás algo material?, ¿quizás algo que ha marcado para siempre tu vida?, ¿aceptaste o no ese regalo que te hicieron?, ¿conservas ese regalo hasta hoy?…

Hubo una vez una persona joven que se hizo amigo de una familia y que por el grado de confianza, le pidieron los padres de esa familia que le enseñe a sus hijos algunos deportes de paso que les aconsejara. Al cabo del 1er mes de ese “trabajo”, recibió su primer “sueldo”. Lo recibió con tanto gozo que no quería gastarlo, lo hizo hasta después de un par de semanas. Pudo guardar su 1er sueldo como un regalo especial.

Durante estos días hemos sido testigos de cómo el caminar de los apóstoles, la libertad que tienen para hablar a cualquier público, su celo misionero infatigable, su apertura a formar y acompañar a las comunidades fueron algunas de las muchísimas cualidades que Dios les regaló, esto de la mano con la apertura a los dones del Espíritu que hicieron vida en la vida de los mismos apóstoles. Y hoy no es una excepción: “Pedro tomó la palabra y dijo: está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia” (Hch.10,25-26.34-35.44-48). El simple hecho de hablar de Dios y de testimoniar su amor, suscita en la comunidad la apertura al Espíritu: “Todavía estaba hablando Pedro, cuando descendió el Espíritu Santo SOBRE TODOS LOS QUE ESCUCHABAN SUS PALABRAS”.

¿Puedo cerrarme al paso de Dios por mi vida y por la vida de los demás?, ¿podemos cerrarnos al Espíritu Santo?, ¿serán meras impresiones o “sugestiones” lo que vivieron, sintieron y experimentaron las 1ras comunidades cristianas?: “Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes…se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos”. ¿Es “propiedad exclusiva” el Espíritu Santo de alguna persona, grupo, movimiento, congregación religiosa…? Pedro se cuestiona si se puede negar el Espíritu Santo a los demás…

Este amor no viene de cualquier persona, sino de la persona de Jesús: “el amor procede de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios” (1Jn.4,7-10). Hay una realidad: NUNCA ESTAMOS SOLOS. Dios nos quiere tanto que se queda una vez más con nosotros. ¿Sabes cómo se manifiesta que Dios nos ama?, en: “que envió al mundo su Hijo único”, pero esto con un propósito: “PARA QUE VIVAMOS POR MEDIO DE ÉL”.

¿Saben cuán bello es el Señor?, ¿saben cuán hermoso es su amor?, ¿saben cuál es el pedido de Jesús?: “Como el Padre me ha amado, así les he amado yo; PERMANEZCAN EN MI AMOR” (Jn.15,9-17). ¿Te extrañaría que Jesús ponga una condición para que todo esto se haga realidad en nosotros?: “SI GUARDAN MIS MANDAMIENTOS, PERMANECERÁN EN MI AMOR”. ¿Cuánta gente hay que “no permanece” en Dios por no guardar o vivir sus mandamientos”?, ¿y cuánta gente hay que sí permanece en Dios porque vive y promueve la vivencia de los mandamientos?

Una vez más no puedo vivir al margen de Dios, no puedo estar lejos de Él. Si quiero que Él permanezca en mí, el reto estará en vivir lo que él pide: “ESTE ES MI MANDAMIENTO: QUE SE AMEN UNOS A OTROS COMO YO LES HE AMADO”. ¿Queremos realmente ser amigos de Jesús? Sabemos cuál es la respuesta: “ustedes serán mis amigos si hacen lo que yo les mando”.

Los apóstoles hicieron lo que Jesús pidió: amaron, amaron, amaron. Ahora entendemos por qué mucha gente se acercó a ellos: porque les mostraron a un Dios vivo y verdadero, a un Dios que deja una herencia: SU AMOR.

El mundo se está quedando sin amor, sin paz, sin Dios, sin gracia. Por eso la parte final del evangelio no la debemos descuidar: “soy Yo quien los he elegido y los he destinado PARA QUE VAYAN Y DEN FRUTO, Y SU FRUTO DURE”.

¿Quiero que esto se haga realidad? Una vez más asumo el pedido de Jesús: PERMANECER EN SU AMOR. Y esa es la herencia que Él nos deja.

Con mi bendición.

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