EL SEÑOR DA A CONOCER LA VICTORIA DE SU AMOR A LAS NACIONES

 

La primitiva comunidad de Jerusalén, empieza a abrir sus horizontes evangelizadores, aunque no fue motivado solo por un deseo misionero sino por la hostilidad que se dio contra los judeo-helenistas cristianos que el libro de Hechos los retrata con la muerte de Esteban y la salida de los otros líderes (diáconos) de esta comunidad hacia Samaria. Los apóstoles, animados por la buena recepción de los samaritanos y los judeo-helenistas de otras ciudades fuera de Judea, deciden realizar visitas misioneras de confirmación del trabajo realizado. Pero, aparecen también simpatizantes que no eran judíos, eran netamente paganos, que tenían cierta admiración por el judaísmo y que se vieron acogidos por los seguidores de Jesús. A estos les llamaban los “temerosos de Dios”. Este pasaje de Hechos 10, intenta reflejar este nuevo campo de evangelización en la personificación del centurión Cornelio que acoge a Pedro en Cesarea, ciudad donde vivía el Procurador romano. También a estos, a pesar de su condición de paganos, se les puede anunciar la Buena Noticia, bautizar e imponerles las manos para la efusión del Espíritu. Tal experiencia fue determinante para organizar mejor la apertura de la pertenencia a la comunidad a los paganos que acogiesen de buena fe la predicación de los misioneros y que desembocó en las decisiones tomadas en el acuerdo de Jerusalén.

La carta de Juan nos recuerda que la fuente del amor es Dios, y es preciso reconocer que la obra de salvación no tuvo otra motivación que el amor pleno de Dios, que envió a su Hijo para ser víctima de propiciación (era el símbolo en el que se rociaba la sangre del sacrificio del Día de la Expiación judía), es decir, ofrenda agradable para renovar la alianza por la sangre de Cristo Jesús. Dios ha tomado la iniciativa, estamos llamados a secundarla.

En el evangelio, continuamos escuchando el largo discurso de Jesús de la cena antes de su Pasión y muerte. Se oye un mandamiento nuevo, que tiene un sentido más comprometedor que el ya conocido de la tradición sinóptica, porque ahora el referente del amor es el mismo Cristo: “ámense unos a otros como yo los he amado”. Sin duda, es un amor de oblación, de entrega total, un amor que señala una nueva forma de relacionarnos con Dios. Se rompe el esquema “patrón-siervo”, y se abre una nueva dimensión de relación con Jesús: “amigo-amigo”. Es Jesús quien ha elegido a los discípulos, por tanto, confía y espera mucho de ellos, y sus obras son expresión de la confianza en la acción poderosa de Dios.

Estamos en la dimensión del amor compartido, el Hijo nos comparte el amor del Padre y nosotros estamos llamados a compartir ese mismo amor unos a otros. Dios tiene sus designios y no escatima nada con tal de salvar a todos. La tarea de la Iglesia es colaborar a que muchos más hombres y mujeres acojan este regalo de su infinito amor que es capaz de romper muros, barreras, tristezas, desencantos. ¿Quiénes somos para impedir la acción del Espíritu fuera de la Iglesia? Tener el corazón de Jesús es una tarea que no debemos desmayar en cumplir, nuestros amigos y hermanos lo necesitan. ¿Por qué queremos hacer impuro lo que Dios ha hecho puro? Déjate sorprender por la ley del amor, y ponlo en práctica.

Leave Comment