El evangelio de Marcos nos vuelve a presentar un nuevo signo de sanación y liberación por parte de Jesús. La predicación del evangelio y la instauración del Reino de Dios no es solamente una manifestación teórica de palabra sino una demostración fehaciente del poder salvífico del Señor que ha venido a curar y a salvar integralmente a la persona. Jesús se sensibiliza con las necesidades y sufrimientos de los hombres y nos ofrece, con estos gestos de curación, señales de solidaridad, de servicio y de entrega.
Hoy también nos rodea el dolor en sus diversas manifestaciones pero nos falta ese grado de sensibilidad y acercamiento a las necesidades de los demás. No podemos eludir los padecimientos ajenos. Hasta en las personas más cercanas nos puede ocurrir que mostremos cierta indiferencia y huida ante la situación física o psicológica que puedan atravesar. En las diferentes etapas de nuestra vida la enfermedad, el desánimo, la angustia son experiencias habituales en nuestra propia condición y naturaleza humana. Afrontarlas con voluntad y esperar el consuelo ayudan a superar esas situaciones que asiduamente vivimos. Jesús sigue actuando en nuestra propia historia y su espíritu sanador y regenerador nos envuelve y nos protege con su manto de ternura y misericordia. Anunciar el evangelio consistirá, hoy como siempre, en mostrar cómo Dios obra en todos los sectores de la vida humana y cómo libera al hombre de todo mal. Al final triunfa la esperanza.
Después de una jornada de predicación o de sanación el Señor se retiraba a orar. Es una constante en su vida que no pasa desapercibida por los evangelistas. Las razones pueden ser varias: dar gracias a Dios, huir del activismo, recuperar fuerzas para continuar el camino… La deducción es clara a partir de la experiencia de Jesús: en medio de nuestros agobios diarios y tareas permanentes necesitaremos momentos de oración, de intimidad con el Señor. Necesitaremos encontrar “lugares solitarios”, espacios de silencio interior, para enraizar nuestra vida en lo esencial, para dar sentido a lo que hacemos, para airear nuestro espíritu con savia nueva… Sólo así descubriremos el amor de Dios que se manifiesta en nosotros, que nos protege, nos cura, nos libera y nos salva.