EL SEÑOR SOSTIENE A LOS HUMILDES
El libro de Job, en su sección en verso, se atreve a desafiar una concepción teológica: la doctrina de la retribución (“Dios es bueno con los buenos y malo con los malos”), y, en función de ello, desarrolla un aspecto sensible de la vida del ser humano: el sufrimiento; siendo el mismo personaje quien lo experimenta en carne propia, llegando a pedir una explicación a Dios. El fragmento que escucharemos refleja una especie de pesimismo ante el curso de la vida y termina cuestionando el para qué vivir. ¿Cómo puede el hombre buscar ser justo y recto en esta vida sabiendo que en algún momento deberá afrontar el terrible acoso de la enfermedad y la muerte? Para Job son realidades incompatibles, viviendo así no se puede acceder a la felicidad y parece desear más la muerte que la vida. Sin duda, no nos debería extrañar tanto estas palabras, puesto que en situaciones límites también las pensamos y las decimos, y, por tanto, son expresiones naturales de un creyente que se ve confrontado desde su experiencia de sufrimiento, con lo que ha aprendido de Dios.
Seguimos escuchando a Pablo exhortando a los cristianos de Corinto. Esta reflexión se encuentra dentro de una apología de Pablo, pues algunos judeocristianos cuestionaban de que fuera realmente apóstol. Es así, que Pablo confiesa que ha tenido una experiencia vocacional con Cristo resucitado, y da a conocer, que su abnegada labor misionera, es una expresión creíble de su vocación. Es por eso, que no quiere apoyarse en el “derecho del apóstol”, el de ser atendido por las comunidades, sino más bien, cree que puede mantenerse sustentándose con su propio trabajo. Pero, Pablo va más allá, pues se siente más que un apóstol, se considera un “esclavo” para sus hermanos, pues evangeliza tanto a judíos como a paganos para ganarlos a la causa de la fe en Cristo. Así, considera que su misión define su identidad.
El evangelio que leemos este domingo tiene la intención de llevar al lector a pasar “un día con Jesús”. Siendo sábado y luego de la expulsión del espíritu inmundo del hombre en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-28) se dirige a la casa de Simón donde sanará a su suegra. Luego al atardecer vienen a Él, enfermos y endemoniados para ser sanados. Por la madrugada se va a orar en solitario y, llegada la mañana, le avisan que lo vienen buscando pronto, para finalmente disponerse a salir a otras regiones de Galilea. Como vemos, Jesús tiene un día muy ocupado. Ha venido a instaurar el Reino de Dios y para ello debe expulsar las fuerzas impuras y demoníacas que se manifiestan en los endemoniados y enfermos. Para emprender tal misión debe estar íntimamente compenetrado con Dios Padre y por eso ora, y finalmente busca hacer que sus discípulos sintonicen con su misión, la de llevar la “Buena Noticia” a todos los que la quieran acoger.
Hoy como ayer muchos hombres y mujeres siguen buscando a Dios, quizá confrontados con sus males y enfermedades, buscando un respiro, un milagro, una oportunidad; otros cuestionan lo que les viene sucediendo y elevan su indignación a quien es el único en quien pueden poner su esperanza. Y allí está Dios que continúa enviando a sus evangelizadores que van en nombre de Jesús; llamados a sanar las heridas de los hombres, a expulsar espíritus de discordia, a devolver esperanzas; en definitiva, hacer realidad lo que expresa firmemente el salmista y que realmente creemos que es verdad: “El Señor sostiene a los humildes”.