CONTINUAR LA OBRA SALVADORA DE JESÚS

Todos conocían su trabajo, muchos querían imitarlo. Lo hacía tan sencillamente bien, que sus propios hijos se admiraban y se preguntaban: Y si se llegara a morir un algún día, ¿quién continuará su obra?, ¿seremos nosotros? Y el trabajo era de hacer muebles de madera con la mano y sin máquina eléctrica. Pepe era el “Señor carpintero”, como así le llamaban en el barrio. Todos lo respetaban. De pronto, uno de esos días se enfermó. No podía moverse de la cama, pero estaba consciente. Pidió reunirse con sus hijos y su esposa al pie de su cama, ya que estaba a punto de morirse. Luego de darles muchos consejos, pidió que abran una caja de madera, a manera de baúl, que Él mismo elaboró con sus propias manos, y enseñándoles una libreta vieja, un poco sucia, casi débil cada hoja, les dijo: ustedes me han visto que cada vez que terminaba de hacer un mueble me ponía a escribir todo lo que hacía, la forma cómo lo elaboraba. Pensé que estos apuntes servirían para mis hijos cuando yo me vaya de este mundo. Y así fue. Esa herencia la recibieron de su propio padre, “el Señor carpintero”. Y hasta el día de hoy continúan la obra que empezó su padre.

¿Para qué estamos en este mundo? ¿Vale la pena hacer algo por los demás? El libro de Job responde así: “El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio” (Job.7,1-4.6-7). Somos los jornaleros de Dios. Él nos ha dado a cada uno un encargo, una tarea. ¿Te diste cuenta que lo haces es obra de amor de Dios? ¿Valoras lo que tienes o lo desperdicias? ¿Valoras lo que tus padres te dejaron o viste de ellos?

Cuando tú, yo o todos hacemos un trabajo pensando en beneficiarnos nosotros mismos, eso se llama egoísmo. Es no pensar en el otro que necesita de lo que podamos ofrecer. Cada uno ha recibido de Dios un talento, y éste debe dar fruto, mucho fruto (cf.Mt.25,14-30).

La tarea de cada creyente, de cada seguidor de Jesús, será el dar a conocer el amor redentor de Dios. Cuánta gente todavía hay que no sabe nada de Dios, o que está sedienta de su amor, o que no sabe nada de su palabra. Escuchemos a San Pablo que nos exhorta a no descuidar nuestra tarea de predicar: “No tengo más remedio y, ay de mí si no anuncio el Evangelio” (1Cor.9,16-19.22-23). Jesús necesita de tus labios, de los míos y del de todos para pronunciar o proclamar buenas nuevas. La paga será ese acto misionero de “dar a conocer el Evangelio”. Nos disponemos a abrir nuestro corazón para dejar que la Palabra de Dios, que es viva y eficaz, entre en lo más profundo de nuestro ser (Hb.4,12) y haga vida en nuestra vida.

Tenemos una gran tarea heredada por el mismo Jesús que no terminamos de darnos cuenta (Lc.4,18ss; Mc.16,15-20; Mt.28,16-20). Esta no es otra cosa que continuar la obra salvadora del maestro. Jesús lleva a sus discípulos para que aprendan a hablar y actuar en su nombre. Llegan a la casa de Simón y Andrés. Allí les enseña que sí es posible la salvación de Dios, que sí es posible restaurar la esperanza y el consuelo perdidos. Eso pasó con la suegra de Simón: “Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó” (Mc.1,29-39). El actuar de Jesús provoca seguimiento, adhesión a Él, fidelidad a su mensaje: “Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”.

Pero el actuar de Jesús provoca que muchas almas sedientas de amor de Dios, se acerquen para recibir o experimentar ese amor salvador de Dios: “Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados”. Actuó, Jesús, con poder y misericordia, no se opuso. Pero le enseño a sus discípulos que la obra tiene que continuar: “Vamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”.

Hoy hay mucha sed de Dios, mucha gente sedienta de su amor, sedienta de consuelo y esperanza. La Iglesia no se puede resistir, no puede excusarse de no hablar y actuar en su nombre.

Los hijos del “Señor carpintero”, don Pepe, no se excusaron de continuar la obra de su maestro, que era su propio padre. Continuaron trabajando, bajo la inspiración de esas técnicas plasmadas en su libreta de apuntes.

Tenemos la Palabra de Dios. ¿Qué hacemos con ella? ¿La dejamos arrinconada? ¿La leemos? ¿La comparto con otros? Tenemos a Dios mismo, su Espíritu está en nosotros y habita en nosotros. ¿Damos a conocer su amor o nos callamos? ¿Hablo y actúo en su nombre? “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch.4,20).

Dios nos conceda esta gracia: de continuar su obra salvadora en este mundo que necesita de Dios.

Con mi bendición:

Leave Comment