Vivir la Fe de verdad

Parafraseando a un dicho popular, al comenzar esta reflexión, podemos decir: “dime cómo va tu relación con Dios y con los demás y te diré la calidad de cristiano que eres”.

Alguna vez te has preguntado: ¿por qué nuestra fe no da buenos frutos?, o ¿por qué la fe no se “nota” en algunas personas que se proclaman creyentes? Según Isaías, cómo hacer realidad nuestra fe dirá: “parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo…no dejes de socorrer a tus semejantes” (Is.58,7-10). Si quiero que mi vida sea de luz para los otros, o que tenga sentido, sabemos cuál es el camino: la caridad en obras de misericordia y de justicia. Esto nos puede hacer pensar en cómo de verdad estoy haciendo o no realidad mi vida de creyente. ¿Quiero recibir sanación o que mi vida tenga sentido?: no hay otro camino que estar bien con el otro, y no hacerle la vida imposible. Dios me va a acompañar siempre, su gloria para Isaías, cuando mi vida de relación con el otro sea buena.

Hoy somos testigos de cómo se destruye la vida humana (se violentan los derechos de los demás, sobre todo de los más débiles), se cometen injusticias, mucha gente con “poder o autoridad” se aprovecha para sacar beneficio propio, en muchos lugares se destruye la misma naturaleza, etc. La creación misma está herida y clama sanación y orden. ¿Por qué no leer detrás de líneas todo esto?, ¿no será que la naturaleza se ve afectada, entre otras cosas, porque no estamos bien entre nosotros o porque el pecado ha puesto sus raíces en el corazón de toda la humanidad y de cada uno?

Es cierto que lo que recibimos de parte de Dios, está puesto en “vasijas de barro” (2Cor.4,7), y ese barro se puede romper, debilitar o maltratar. Pero San Pablo lo entendió perfectamente bien cuando afirmaba que la fe no se apoya en sabidurías humanas, sino “en el poder de Dios” (1Cor.2,1-5) es porque es verdad, ya que nuestra fe se sostiene en Dios mismo. Lo que recibimos por pura gratuidad, que es la fe misma, se puede estropear, se puede confundir incluso hasta con doctrinas erradas o contrarias a la nuestra, pero no debemos olvidar que nuestra Fe puede dar frutos correctos ya que estamos unidos a Jesús (Jn.15,1-6) y en Él a la Iglesia (cf.Hch.2,42-47).

Dos títulos que resumen el compromiso de vivir bien la Fe, están puestos en el evangelio de hoy: ser Sal y ser Luz (Mt.5,13-16). “Ustedes son la sal de la tierra” y “ustedes son la luz del mundo” son las frases que se puede resaltar en este evangelio. La sal, sabemos que tiene la propiedad de conservar y dar sabor a los alimentos. ¿No les parece que así puede ser nuestra fe como la sal? Que dé sabor a la vida con la esperanza que muchos la han perdido; que dé sabor a la familia con el amor y la reconciliación tan venida a menos en estos tiempos; que dé sabor a la Iglesia misma para ser una Iglesia que Jesús quiere con hombres y mujeres que le creen a Dios, que son obedientes a las enseñanzas que vienen de los Apóstoles (1Cor.15,3; 2Tim.1,6-8) y que son capaces de proclamar su amor y así obrar conforme a su voluntad (Mt.6,10; Lc.1,38; Stgo.2,14-18). Es cierto que Jesús advierte que la sal se puede volver sin sabor, y que lo puede pisar la gente. La fe se puede debilitar o estropear cuando no me uno a Jesús y en Él a la Iglesia, cuando abro mi vida a aquello que no es santo, etc.

¿No les parece que nuestra fe puede ser como la Luz? La luz sirve para: alumbrar y dar calor. La fe está llamada a ser Luz para que alumbre a los demás, con buenas obras que den gloria al Padre. Mi vida de fe, ¿es de tinieblas o de luz?, ¿es de doctrinas correctas o incorrectas o de confusión doctrinal?, ¿es de obediencia a la Iglesia o no?, ¿es de falta de coherencia o de puesta en práctica aún a pesar de las limitaciones o fallas o pecados? El pedido es claro de Jesús, y que resume esta reflexión: “alumbre su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo”.

Hoy más que ayer necesitamos vivir nuestra fe, cuidar la fe, alimentar la fe, proclamar la fe, animar a otros a vivir en la fe y no tener miedo de afrontar los rechazos cuando queremos o intentamos vivir la fe (Mt.5,11-12). Nuestro consuelo será siempre: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.28,20); “en el mundo tendrán dificultades, pero tengan valor que Yo he vencido al mundo”; “alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo” (Lc.10,20). Tu fe, la mía y la de todos es un regalo de Dios, es poder de Dios, es una tarea de vivirla cada día.

Estamos llamados a vivir la fe de verdad.

Con mi bendición

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