Queridos amigos:
¿Sienten ustedes que son luz y sal? ¿Sienten que lo son sus familiares y amigos? Que lo somos, nos lo asegura Jesús en el evangelio de hoy (Mt 5, 13-16). Añadiendo la siguiente gran pregunta: ¿para qué sirve la sal si se desala o la luz si la tapamos? Y esta gran invitación: “alumbre su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo” (Mt 5,16).
Digamos de paso que este dicho de Jesús nos aclara el sentido de aquel otro dicho suyo que tanto citamos, casi siempre para excusar nuestra inoperancia: que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha (Mt 6,3). Son dichos que lejos de contradecirse se complementan. En efecto, Jesús nos pide: 1. que hagamos muchas buenas obras, 2. que todo el mundo las vea, 3. que las cosas que hacemos den e inviten a dar gloria a Dios, 4. que no nos atribuyamos mérito alguno ni pidamos aplausos por nuestras buenas obras, y 5. que, a quien nos dé gracias, le digamos sencillamente: no hay de qué, hice lo que tenía que hacer… (Lc 17,10). Igual que Jesús, que pasó por todas partes haciendo el bien para mostrar que el Reino de Dios ya había llegado (Mt 11, 4-5)
Evidentemente cuando Jesús dice que somos sal en esta tierra, espera que, como la sal, demos sabor y preservemos de la corrupción lo que salamos, que son las dos principales propiedades de la sal. Espera que personal y comunitariamente, hagamos sabrosa nuestra vida y la de los demás. Que pongamos buen humor, sano optimismo, y visión positiva de las cosas y de las personas. Que cuidemos y defendamos los sanos principios, las buenas costumbres y los valores humanos y del evangelio, evitando que sean desvirtuados y corrompidos. Esto y mucho más es lo que espera Jesús de nosotros cuando, en sentido figurado, nos dice que somos sal de la tierra.
Somos también la luz del mundo. Algo en sí mismo hermoso y de beneficio para los demás, como es iluminar y dar calor. Dios que es Luz y habita en una luz inaccesible (1 Tim 6,16), ama la luz (el cosmos, la gracia) y aborrece las tinieblas (el caos, el pecado). Por eso su Hijo que es Luz (Jn 8,12; 12,46), lo primero que creó fue la luz (Gen 1, 3), dándonos a nosotros el ser luz e hijos de la luz (Lc 16,8). Digamos que aquí la palabra luz es sinónimo de verdad, sabiduría, santidad, justicia, bondad, rectitud, honestidad, felicidad, gracia…y un ciento de valores más. ¿Somos luz de verdad? Portémonos como hijos de la luz, nos dice S. Pablo, con bondad, con justicia y según la verdad, pues esos son los frutos de la luz. (Ef 5, 8)