No puedo vivir sin Dios
¿Sabes Jesús que sería nuestra vida sin tu amor?, ¿sabes Jesús que no podemos vivir sin ti? Perdónanos, Jesús, porque muchas veces hacemos cosas que a ti no te agradan y mucho menos te consideramos como el más importante en nuestra vida. Hacemos tantas y tantas cosas que por nuestra culpa otras personas se van de tu lado, perdónanos por eso Jesús. Cuántas veces consultamos a personas que quieren saber más que tú, perdónanos Jesús. Cuántas veces, Jesús, hacemos de nuestra fe un cristianismo a nuestra manera y menos como tú quieres. Nos da miedo, Jesús, comprometernos para que otros conozcan tu amor. A veces no queremos acercarnos a comulgar, no queremos confesarnos, vivimos de cualquier modo, perdónanos Jesús. Decimos, Jesús, que te amamos, pero no se nota; perdónanos, también por eso Jesús. El mundo se está quedando sin ti porque no te abre su corazón, apiádate de todos, Jesús.
Todo encuentro con Jesús, necesariamente provoca: conversión, sanación, ganas de proclamar su amor, de servir más y mejor a los demás, de vivir la fraternidad fruto del amor. Este es el caso de Pablo, que después de encontrarse con Jesús (cf.Hch.9,1ss), “no se quedó callado”, sino que lo dio a conocer. Algunos todavía desconfiaban de él y temían: “todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo” (Hch.9,26-31). La Iglesia se fortalece por la predicación de los apóstoles. Me pregunto: ¿cómo está mi compromiso con Jesús y con su Iglesia?, ¿realmente hago lo que a Dios le agrada?, ¿me dejo guiar por el Espíritu de Dios en mi vida? No podemos quedarnos callados ante tanta bondad de Dios, y tampoco ante tanta frialdad para su amor redentor. Urge hablar y actuar de parte de Dios (cf.Col3,17).
Una persona que está con Dios o que se proclama creyente, o discípulo de Jesús, no puede amar sólo de palabra y de boca, sino como dice San Juan en la 2da lectura: “de verdad y con obras” (1Jn.3,18-24). Creer en Jesús y amarnos de verdad es el reto que todo cristiano está llamado a asumir. Si amor a los demás, es porque realmente creo en Dios. ¿Cuánta gente hay que se contenta con vivir un cristianismo a “su manera” y no a la manera de Dios? Queremos un cristianismo sin cruz o sin exigencias. No hay gloria de Dios, sin cruz. Siempre se nos ha repetido de niños que: “un testimonio puede más que mil palabras”. ¿A cuánta gente, incluso de Iglesia (líderes, curas, religiosos-as, coordinadores…) cuesta salir a dar testimonio del amor redentor de Jesús?, ¿pensamos que esa es tarea sólo de los protestantes o de un grupo de misioneros que va por un tiempo corto a un lugar de misión?, ¿qué nos falta para adoptar esa postura o pedido de Jesús? (“vayan por todo el mundo y anuncien la buena nueva a toda la creación” – Mc.16,15-20; “serán mis testigos” – Hch.1,8). Las motivaciones son muchas, aparte de lo ya mencionado está que “no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch.4,20).
¿Queremos realmente permanecer en la presencia de Dios?, ¿queremos realmente ser de Él y para Él? La respuesta la tenemos en el final de la 2da lectura: “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él” (1Jn.3,18-24) y en todo el evangelio de hoy: “permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes…SIN MÍ NO PUEDEN HACER NADA” (Jn.15,1-8). No puedo darme el lujo de vivir tanto tiempo al margen de Dios, de su amor, de su gracia, de su Iglesia y de contagiar a otros esa “forma de vivir la fe”.
Es claro el mensaje: si yo me uno a Dios, puedo dar fruto, de lo contrario Jesús dirá: “Si alguna de mis ramas no da fruto, él la arranca”. ¿Queremos ser arrancados de la presencia amorosa de Dios?, ¿queremos vivir así todo el tiempo? Es claro cuando San Pablo manifiesta: “para mí, vivir es Cristo” (Filp.1, 21). El final del evangelio es esperanzador: “…recibe gloria mi Padre, en que ustedes den fruto abundante; así serán discípulos míos”. Si damos fruto, la gloria siempre es de Dios, el aplauso se lo lleva Él y no el misionero, el predicador, el cura, la madrecita o religiosa, el catequista, el coro o ministerio de música de la parroquia o de tal o cual grupo o movimiento en la Iglesia, etc.
Si quiero ser de los discípulos del maestro, no puedo menos que unirme a Jesús para dar fruto, y fruto abundante. El mundo de hoy necesita de hombres y mujeres capaces de creerle más a Dios y de obrar como él quiere, sin cuestionar, sin dudar, simplemente como María Santísima y los santos: abandonarnos en Dios para dar frutos de salvación. No puedo vivir sin Dios.
Con mi bendición.