La parábola de “la vid y los sarmientos” (Jn 15,1-8) es muy rica en sí misma y en sus enseñanzas. En varios aspectos, bastante más rica que la comparación paulina de la Iglesia con el cuerpo humano (1 Cor 12, 1-31). Tiene a su favor, por ejemplo, que acentúa 1. la igualdad esencial de los miembros de la iglesia y 2. la vitalidad e intimidad de su unión. Fue esto sin duda lo que llevó a Juan Pablo II a preferirla a la hora de presentar y desarrollar su Exhortación sobre los Laicos Cristianos (CHFL, 1989). La savia del tronco de la vid (la gracia de Cristo) corre por todos los sarmientos los fieles), tanto que tronco y sarmientos son una sola cosa (la vid) o vida en Cristo.
Esta especial unión entre Jesucristo y los cristianos (la vid y los sarmientos), se entiende mejor teniendo en cuenta la relación madre-hijos (en su primera etapa, sobre todo). Son sangre de mi sangre, vida de mi vida, dice la madre refiriéndose a sus hijos, los que a su vez dependen totalmente de la madre. Jesús plantea esta misma unión-relación entre Él y sus discípulos: “el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). Y hasta se pone orgulloso cuando los discípulos son creativos y producen abundantes frutos (Jn 15, 8).
La unión y permanencia en Cristo, que llega a su plenitud en la comunión de la santa misa, es del todo necesaria para el discípulo. Y es causa de muchas bendiciones, algunas de las cuales las veremos en el próximo domingo, que continúa el evangelio de hoy (Jn 15, 9-17). Aquí quiero mencionar sólo dos, que están en el testo del evangelio de hoy. La primera tiene que ver con las buenas obras (de justicia, misericordia y santidad), que sólo si estamos unidos a El podremos hacer (Jn 15, 4). Si no seremos rama seca, que sólo sirve para ir al fuego… La segunda tiene que ver con la oración: “si ustedes permanecen en mí pidan lo que quieran y lo conseguirán” (Jn 15, 7).
Antes me referí a la igualdad esencial de todos los miembros de la iglesia, significada por el hecho de ser todos igualmente ramas. Es la gran diferencia con la comparación paulina del cuerpo humano, donde hay unos miembros que son “menos honorables” y otros “más nobles” que otros (1 Cor 12, 21-24). O cuando se dice que “en primer lugar están los apóstoles, en segundo lugar los profetas, en tercer lugar los maestros…” (1 Cor 12, 28). La iglesia es ciertamente jerárquica y sus miembros tienen vocaciones y funciones distintas unos de otros, pero básicamente, en cuanto fieles cristianos, todos somos igualmente ramas (sarmientos), igualmente llamados a ser cristianos y a ser santos.