Con frecuencia el Señor nos presenta su evangelio utilizando comparaciones, parábolas, alegorías para hacer más comprensible a la gente sencilla lo que Él deseaba manifestar. Hoy nos habla de la “vid y los sarmientos” para expresarnos la relación vital y espiritual existente entre Jesús y el creyente, entre su Palabra y la asimilación que podemos hacer de lo que nos quiere decir.
Estamos llamados por nuestra vocación de cristianos a dar frutos. Desde el bautismo crecemos progresivamente en nuestra adhesión al Señor y, haciéndola consciente con nuestra incorporación activa y voluntaria en la Iglesia, tendemos hacia la santidad de vida y así nuestras acciones están en sintonía con el Señor. Esta unión y comunión del creyente con Jesús es indispensable para poder dar fruto. Y será el amor la garantía de la unión y el fruto en plenitud “Como el Padre os amó, así yo os he amado, permanezcan en mi amor”. Un amor en perseverancia, en fidelidad continua y en donación. Creer en el Hijo de Dios trae como consecuencia el amor a los hermanos. No se puede aceptar a Jesús sin amar a los hermanos. Sólo el amor es signo de la fe. Una fe sin obras como consecuencia del amor a Dios y a los hombres es una fe sin raíz y sin vida.
Buena parábola para analizar nuestra vida y comprometernos a dar frutos al Señor. ¿Cómo vivimos nuestra pertenencia y la función que tenemos en la familia? La fidelidad conyugal, el espíritu de unidad y diálogo que debe orientar nuestra vida en el hogar serán criterios básicos de actuación; la justicia, honradez y honestidad deberán regir también nuestros comportamientos en el ámbito laboral y social; la verdad desde la transparencia y sinceridad de nuestros actos para gozar de credibilidad y ser consecuentes con nuestra forma de pensar y actuar; la solidaridad que nos abre a la generosidad, al servicio y al compartir con los demás; la paz para alcanzar el grado de serenidad interior y superar todo brote de rencor, violencia y odio; la reconciliación que contribuye a superar las heridas, aceptar el perdón, el abrazo fraterno y la amistad renacida.
Pongamos todas estas consideraciones en los brazos de María en este mes de mayo que intercede por nosotros y nos anima a vivir con intensidad nuestra vida cristiana desde la fidelidad, acogida y
receptibilidad de la Palabra, humildad y amor generoso que orienta y dinamiza nuestro seguimiento al Señor.