El evangelio de este domingo nos presenta el conocido pasaje de la resurrección de Lázaro. Jesús aprovecha la oportunidad que le brinda acompañar a las hermanas del difunto, Marta y María, ante la tristeza y desolación que sienten por la muerte de su hermano, para darnos una profunda catequesis y enseñanza sobre el sentido de la vida presente en itinerancia y transitoriedad por este mundo, la muerte como partida hacia la eternidad, y la resurrección en esperanza como encuentro con el Padre en la Vida Eterna.
Desde una perspectiva humana toda muerte supone tristeza, nostalgia multiplicada. La muerte de un familiar o de un amigo cercano es una experiencia profunda que afecta a lo más íntimo del hombre, a los sentimientos, a los afectos, a los recuerdos, a los momentos compartidos que no volverán. Todos hemos pasado por situaciones parecidas y el consuelo de las personas que se acercan, si bien es reconocido y aceptado, no permite superar el dolor y la pena. Esos momentos estaban viviendo Marta y María cuando llegó la visita, compañía y el alivio del Señor. El llanto de Jesús por su amigo pone de relieve la calidad humana de su corazón, la dificultad que supone la superación de los afectos y sentimientos rotos por la tragedia de una muerte, probablemente, inesperada.
Jesús se sobrepone a esa situación con optimismo y, sobre todo, con esperanza y fe. Otorga confianza y serenidad a las dos hermanas cuando les dice “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn. 11, 26). La muerte no es el final del camino, es una transformación plena de identificación con el Señor. Partir de este mundo cuando el Señor nos llama no es desembocar en un vacío sin sentido, sino en los brazos paternales y amorosos de nuestro Padre Dios.
La resurrección del Señor, celebración solemne que ya se acerca como culminación de la Semana Santa, es solidaria y la misma experiencia del Señor la vivimos nosotros al dejar este mundo y encontrarnos con el Padre.
La lectura de la resurrección de Lázaro no nos sugiere solamente el sentido final de nuestra existencia sino también vivir animados en el mundo de hoy, optimistas, esperanzados, manteniendo la alegría porque un horizonte nuevo se abre ante nuestros ojos que se manifiesta en nuestro propio presente cuando le damos el sentido pleno a nuestras actividades diarias y a los verdaderos valores que la propia vida contiene.