¿Les ha pasado alguna vez ir a un sitio con la mejor buena voluntad y sentir al rato que no son bienvenidos? Es lo que le pasó a Jesús en su visita ilusionada al pueblo donde se crió (Nazaret), que terminó con un final nada feliz, pues le hicieron cargamontón con intención de desbarrancarlo (Lc 4,21-30). ¿Qué había pasado? ¿Por qué lo que comenzó tan bien (Mt 13,54-58; Mc 6.1-6; Lc 4, 14-21), terminó tan mal?
Para los evangelistas todo fue cuestión de falta de fe de una parte del pueblo, de obcecación. (Mt 13, 58; Mc 6,6; Lc 4,24). Simplemente no les cabía en la cabeza que ese hombre, al que conocían tan bien (según ellos), fuera quien decía ser. Para ellos era un impostor y lo mejor que podían hacer era acabar con Él. A Dios gracias se interpuso ese algo superior que había en Jesús, quien lleno de digna autoridad, se abrió paso por entremedio de ellos y siguió su camino.
Para Jesús el comentario fue: nadie es profeta entre los suyos… Y también: no hay peor incrédulo que el que no quiere creer (Mc 6,6). Sus paisanos estaban a punto de creer -¿¡de dónde le viene todo esto (su sabiduría y el hacer milagros)!?, se preguntaban (Mc 6,2), pero algo les impedía dar el salto de la fe y acoger al Señor. ¿Su orgullo? A ellos no les iba a engañar, pues conocían muy bien la madera de que estaba hecho y nunca en los 26 año que vivió con ellos había hecho un milagro… ¡Misterio de la llamada Vida Oculta de Jesús en Nazareth), es mi comentario.
Hoy también son muchos los que no acaban de creer en Jesús (ni en su iglesia), incluso llamándose cristianos. Por orgullo, unos, (muchos sedicentes científicos, agnósticos, ateos), pues, en definitiva, no creen necesitarlo. Por interés y conveniencia, otros, (los corruptos, los traficantes (de tantas cosas), los pecadores), pues no quieren dejar todavía el vicio… Más tarde…, piensan y hasta lo dicen, arriesgando su salvación. Por prejuicios, bastantes, especialmente contra la iglesia, pues, sin conocerla a fondo, la juzgan y la condenan.
Los papás, los educadores, los misioneros, los líderes, los constituidos en autoridad, han de saber que no siempre van a ser aceptados, (nadie es profeta entre los suyos…). Pero, como Jesús, deberán seguir siempre siendo fieles a su vocación y misión. Sin transar en los principios, enfrentando las situaciones adversas con dignidad, siguiendo adelante como si nada hubiera sucedido, abriéndose paso entre las dificultades (personas y/o sucesos y hechos), buscando siempre nuevos campos de trabajo…