Queridos amigos
A Lucas se le conoce como el evangelista de la Misericordia, porque es quien más y mejor nos habla de la misericordia de Dios y de Jesucristo. Lo hace sobre todo en la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15, 1-3.11-32), o, como prefieren otros, del Padre Pródigo, pues, con su amor y ternura, llena la parábola. Ahí están su espera incansable del regreso del hijo, su acogida generosa cuando regresa, su alegría sincera que termina en fiesta, etc. Así es el Padre Dios, viene a decirnos Jesús: Padre y madre al mismo tiempo, como lo muestran sus manos en el famoso de Rembrandt.
El Padre es amor y ternura con el descarriado hijo menor y amor y paciencia con el orgulloso hijo mayor, que llega a disgustarnos tanto o más que el menor. Por su dureza en la expresión y en el trato, tanto con su padre como con el hermano, a quien no quiere reconocer como tal. “Ese hijo tuyo…”, le espeta al padre como si no fuera su hermano. Resentido, malcriado, intransigente, orgulloso, es un triste ejemplo del hombre que se cree cumplidor y justo, pero a quien le falta misericordia (a lo mejor ustedes y yo). ¡Qué contraste con la actitud del Padre, que lo llama hijo y le recuerda que “el perdido” es su hermano!
La parábola nos hace ver ante todo lo que es el amor paterno, tan distinto del de los hermanos. Y que recoge y vive todas las cualidades que para Pablo debe tener el amor (1 Cor 13, 4-7). Todo esto es muy importante en el plano humano, sobre todo en nuestros tiempos en los que tanto se habla del amor de las madres y tan poco del amor de los padres. Al respecto, la Parábola del padre pródigo nos dice que el amor de los papás por sus hijos debe ser entrañable y tierno, pendiente de ellos y dispuesto a la acogida cordial y al abrazo (más allá de cómo los hijos se hayan podido portar). Como el de la mamá, el amor del papá para con sus hijos debiera ser incondicional.
Ciertamente para Jesús la Parábola del Padre Pródigo es ante todo la historia del amor de Dios (y del mismo Jesucristo) para con los hombres. Nos presenta a dos clases de hombres, pero podrían ser todos, pues lo que importa no es tanto la variedad del descarrío y del pecado humano sino el perenne y total amor de Dios. Que nos llama sus hijos, que vive pendiente de nosotros, que sale a nuestro encuentro (dándonos tantas oportunidades), que nos acoge con abrazos y besos y que nos reintegra a la familia. Al respecto, los maestros de vida espiritual ven y nos presentan esta parábola como una invitación a la conversión y a la Confesión. Nuestro buen Padre Dios nos espera para darnos el abrazo que perdona y lleva a la fiesta (de la Eucaristía).