Queridos amigos
El evangelio de hoy (Jn. 9,1-41) nos presenta el caso de un ciego de nacimiento, que gracias a Jesús, recobra la vista y recibe la fe. Hoy lo llamaríamos un psicosociodrama, aunque es ante todo un drama religioso, con sus personajes y todo. El ciego, que aparece en escena todo el tiempo, y Jesús, que aparece sólo y muy oportunamente al principio y al final. Luego están los discípulos, que con una pregunta inoportuna, inician la discusión; el público, novelero como siempre; los fariseos, que arman el escándalo; y los padres del ciego, que se desentienden del asunto y del hijo, dejándolo a su suerte. Pero no todo es negativo. Lo que pasa y lo que se dice es muy significativo. Hasta nos enteramos de que los judíos habían acordado expulsar de la sinagoga (la iglesia judía) a quien reconociera que Jesús era el Mesías.
En relación con Jesús, lo primero que llama la atención es el teatro que monta para curar al ciego (Jn 9, 6-7). En casos similares lo hizo con una sola palabra: Ve…y el ciego vio (Mc 10,51-52). En esta ocasión, está claro que quiere llamar la atención sobre lo que va a pasar, de modo que sea un signo para todos (Jn 9, 3). Como comentó el Papa emérito Benedicto XVI: “el milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en Él a nuestro único Salvador”. Jesús ha dado la vista al ciego y ahora, como premio a su coraje, va a darle la fe, que es la vista del alma. Para ello va a su encuentro y, diciéndole que Él es el Hijo del Hombre, le pregunta si cree en El. “Creo, Señor” (Jn 9, 35,38), contesta el ciego, que se postra agradecido a sus pies.
El anónimo ciego de nacimiento, que se sentaba a pedir limosna, resultó ser todo un personaje. La ceguera no lo había amilanado, para nada. No veía la luz del día, pero sí la luz de la razón, que le decía que el hombre tiene que ser digno y coherente y firme y agradecido… Es sin duda lo que él era o, al menos, lo que mostró ser durante todo ese largo y penoso día. Tenía también la luz de su fe judía, que le daba ánimos para seguir viviendo como ciego, y le daba argumentos para discutir con calma y poner en aprietos, hasta sacarlos de sus casillas, a los ilustrados fariseos.
Para nosotros, el relato contiene muy buenas enseñanzas: que los males que podemos tener no son castigo por los pecados de nuestros padres; que todo lo que pasa, incluidos los males, son para nuestro bien; que hay que aprovechar la vida haciendo méritos, pues después de muertos ya nada meritorio podremos hacer; que Dios y Jesús están siempre al quite, sobre todo cuando las cosas se nos tornan imposibles; que Jesús ha venido a este mundo para que los que no ven, vean…