La esperanza puesta en el gozo de dos niños
El profeta Miqueas, contemporáneo a Isaías, anuncia la continuidad de la dinastía davídica en el reino de Judá a pesar del asedio de Asiria, y resalta que esta elección es profundamente hecha desde la liberalidad de Dios pues cada rey debe entenderse como la experiencia de David, el más pequeño (imagen de Belén, la más pequeña). Dios es fiel a sus promesas y, aunque pueda permitir que su pueblo soporte tribulaciones, jamás lo abandonará y, al cambiar su suerte, lo pastoreará para su bienestar. Sin duda, es una profecía de esperanza. El evangelista Mateo traerá a la memoria esta misma cita bíblica a modo de profecía de cumplimiento sobre el lugar del nacimiento del Mesías. El autor de la carta a los hebreos, en su argumentación cristológica de Cristo como sumo sacerdote, resalta la ineficacia del culto judío que ha determinado un día para el perdón de los pecados y que se realiza año tras año (referencia al Yom kippur o Fiesta de la expiación). La interpretación de la muerte de Jesús en la carta a los hebreos, pasa ahora a ser presentado como un acto cultual-sacrificial sumamente mayor, en donde la ofrenda justamente es el cuerpo real y físico de este Jesús, hermano de los hombres, el cual se pone en disposición de cumplir la voluntad de Dios. Hay una clara superación del legalismo cultual a partir de la entrega de Jesús por la salvación de los hombres, pues esta sí concede la redención de los pecados de una vez y para siempre. Estamos ante un desarrollo cristológico que marca una identidad frente al judaísmo. Finalmente, el evangelio, luego de los respectivos relatos de “anuncios sobre la venida de los elegidos” propone un encuentro entre Juan y Jesús, cada uno en el vientre de sus madres respectivas. Este es un encuentro directo de estos dos niños que están por nacer en el contexto de la continuidad de la única historia salvífica. María ha decidido apresurarse a atender a su pariente Isabel que esperaba a su primogénito en la vejez. La fuerza del Espíritu inunda el corazón de Isabel, la cual proclama un elogio a María, reconociéndola como una mujer bendita entre muchas. Isabel que personifica al Israel vetusto e infértil es capaz de reconocer al Salvador del mundo, y para ello ensalza la libertad de María que ha creído en la Palabra de Dios.
Ya estamos a punto de contemplar al Hijo de Dios que nace. Quizá en el tiempo de Jesús estaba latente que pudiera provenir el Mesías de Belén, pero jamás se pensaría que nacería en la situación de pobreza y marginación que ya conocemos. El Verbo se hizo carne, hermano de los hombres, presentándose así en libertad para darse a los demás para redimir los pecados. Este domingo nos llevamos en el corazón la virtud de la esperanza en su máxima potencia, y la memoria del encuentro gozoso de dos niños cuya misión particular simboliza la unidad de la historia salvífica ofrecida por Dios a todos los hombres. ¡Ven pronto, Señor! ¡Ven, Salvador!